El proletariado y la lucha por la tierra

Imposible establecer una generalización, debido a la diversidad de estructuras agrarias, de producciones y de relaciones sociales, fruto de la historia y la abolición del régimen señorial.

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En regiones caracterizadas por la gran propiedad (especialmente en Europa) se formó un proletariado rural, una clase social de campesinos sin tierra, protagonista de las luchas por el reparto de tierra.

En otras regiones caracterizadas por la pequeña propiedad, el campesinado se unirá a la causa carlista, y luchará por el mantenimiento del absolutismo y el antiguo régimen. Los propietarios pobres castellanos serán pasivos y poco proclives a la movilización social, salvo en momentos de aguda crisis económica y política.

En Europa central constituyen más de la mitad de la población activa. Aparecen como “una ingente masa de población mal nutrida y carente de instrucción”.

A consecuencia de la desamortización, muchos ayuntamientos que perdieron la fuente de ingresos sin poder sustituirla por ingresos estables, cerraron las escuelas mantenidas de las rentas de bienes propios o comunes.

La situación escolar empeoró hasta el punto que en 1860, entre el 70 y el 90% de sus habitantes eran analfabetos.

» Miserables condiciones de trabajo, que podían empeorar a causa de la climatología y las malas cosechas, sin que existiera el recurso tradicional a las instituciones benéficas sostenidas por la Iglesia, que habían sido desmanteladas por la desamortización.

» Para el jornalero, el cambio de propiedad de la tierra implicó un deterioro de las condiciones de vida, los ayuntamientos perdieron sus fuentes de ingreso, los salarios descendieron (en términos reales y en comparación con los precios), y las instituciones de caridad desaparecieron.

El deterioro también afectó a los sectores del campesinado compuestos por pequeños propietarios, pequeños colonos, pegujaleros y pelantrines. En las primeras fases de abolición del régimen señorial, los colonos, arrendatarios, jornaleros y grandes y medianos terratenientes no nobles se unieron para enfrentarse a los señores.

Comenzó una larga fase de litigios, con el fin de obligar a los señores a presentar los títulos de propiedad, que en muchos casos no presentaron, puesto que, o sólo tenían derechos jurisdiccionales o porque fueran tierras incorporadas indebidamente, procedentes de tierras de realengo o de bienes de propios y comunales. Los pleitos se resolvieron a favor de los señores.

Al mismo tiempo, la desamortización eclesiástica y civil puso en manos de terratenientes no nobles, la posibilidad de aumentar sus tierras. Una vez que consideraron imposible el discutir la titularidad de los antiguos señores, rompieron la alianza que tenían con la generalidad del campesinado.

La desamortización civil fue la última oportunidad de repartir las tierras entre el campesinado y el último paso en la concentración de la propiedad. A partir de ese momento serán solamente los sectores más pobres del campesinado los que mantengan la agitación, agravada por el empeoramiento general de las condiciones de vida y trabajo desde mediados de siglo.

Las formas recurrentes de acción de la protesta campesina, a partir de los años 40, son la quema de cosechas y la ocupación de tierras. También tienen una relación innegable con las “manifestaciones sociales marginadas”, es decir, el bandolerismo y contrabando así como los ladrones.

La frustración colectiva que siguió a los litigios está en el origen de las revueltas de algunas zonas, así como la participación de los campesinos en movimientos revolucionarios dirigidos por los partidos más radicales.

La de 1857, que partió de España fue un anuncio de la rebeldía campesina: sublevaciones locales, ataques a los cuarteles de la guardia civil, quema de archivos municipales, enfrentamientos con las fuerzas represivas, derrota y represión indiscriminada con la posterior secuela de formas primitivas de lucha social, especialmente incendios de cosechas.

La mejor muestra de la participación campesina en movimientos de cambio político, es la revolución de septiembre de 1868, que aunque no es un movimiento campesino, puesto que los objetivos políticos de los dirigentes del movimiento (almirantes, generales, burgueses) estaban lejos de los contenidos de la revolución social esperados por los campesinos, anunció una transformación de la sociedad; hubo movimientos campesinos de ocupación de las antiguas tierras señoriales, comunales y de propios.

El proletariado urbano

» Las décadas centrales presenciaron frente a la movilización campesina, la aparición de un sector social minoritario, pero que afirmaba su presencia en los conflictos urbanos.
La industria fabril pertenecía, en su inmensa mayoría, a los sectores tradicionales (alimentación), y su producción tenía un mercado local.

A este tipo de fábrica corresponde un obrero alejado del proletario de la gran fábrica de la sociedad británica. La diferencia consiste en el tamaño de las fábricas. La mayoría de las fábricas españolas eran más bien talleres de un patrono con un par de oficiales y algunos peones. Las grandes concentraciones de obreros eran desconocidas en la mayor parte de las ciudades.

La pequeña dimensión de las unidades productivas indica que entre patronos y obreros existía una relación cara a cara, propia de las sociedades tradicionales. Existía y perdurará hasta bien entrado el siglo XX, una solidaridad de barrio y una atmósfera cooperativa entre patronos y trabajadores, que frecuentemente eran vecinos.

Cambio de la relación entre clases: la máquina destrona a la herramienta e impone el ritmo de trabajo. El patrono es sustituido por el contramaestre, y la sociedad anónima y el obrero de oficio lo es por el no calificado (o semicalificado); por la obrera o el niño.
Los cambios afectarán a la propia composición interna de la clase obrera.

El trabajador de oficio se encuentra inmerso en una jerarquía gremial, que le permitiría emanciparse de la condición de asalariado, pasando de maestro a patrono. El obrero de fábrica sabe que es la máquina la que dicta las tareas y su ejecución; su emancipación será colectiva (si existiera) y su mayor interés es mejorar sus condiciones de trabajo.

A partir de 1850 surgen peones sin cualificación, jornaleros que trabajan cuando pueden en la construcción o en los empleos más bajos de las fábricas. Se instalan en los extrarradios de las ciudades, en barrios sin condiciones sanitarias e higiénicas. Su número crece con el crecimiento de las ciudades.
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