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En cualquiera de los casos, las aguas pueden traer consigo una serie de elementos que pueden ser absorbidos por las plantas, y estos lógicamente pueden afectar nuestra salud. El agua es el foco de infección más importante, eficaz y veloz. Es la principal responsable de la difusión de las infecciones y epidemias, y de la expansión, en un gran radio, de sustancias tóxicas provenientes de los residuos industriales y urbanos.
Los vegetales no absorben pacíficamente las sustancias tóxicas que, en el peor de los casos, circularían a través de la linfa en una proporción mínima y que, por lo tanto, son compatibles con la vida vegetal.
Afortunadamente, el suelo tiene un gran poder de filtración, por lo que el agua que aflora en las capas freáticas y en los pozos carece prácticamente de sustancias tóxicas. Solamente si la concentración de sustancias solubles supera ciertos límites, el poder de filtración es más limitado.
El agua de lluvia es prácticamente agua destilada, sin sales, a no ser que sean recogidas de una alcantarilla, de donde puede estar contaminada con cualquier cosa.
Las aguas prácticamente puras empobrecen los suelos permeables, porque al escurrirse con facilidad arrastran las sales solubles, mientras que para los terrenos sólidos y firmes, son beneficiosas porque fijan de forma estable los fertilizantes, permitiendo que estos sean más accesibles a las raicillas de las plantas. De todo lo dicho podemos sacar como conclusión, que la calidad del agua depende de la estructura del suelo.