Darío y el imperio persa: un coloso frágil

Este inmenso imperio estaba dividido en provincias dirigidas por un gobernador, el sátrapa, encargado de recaudar los impuestos y de controlar a las comunidades políticas locales. En tales funciones le auxiliaban tres funcionarios que eran llamados “ojos y oídos del rey”. El centro administrativo del Imperio era la ciudad de Susa, que estaba unida mediante una red de caminos.

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Persépolis sólo servía para las grandes fiestas del Imperio, en particular las celebradas con ocasión del pago por las provincias del tributo anual. Fundada en el año 520 a. C. por Darío, se levanta al pie del monte de la Misericordia, sobre una meseta de grandes bloques de piedra de unas 13 ha.

No tiene ningún templo, se contentaban con erigir altares a sus dioses; pero sí tenían una multitud de palacios, pues cada rey se hacía construir el suyo propio.

Muros de ladrillos huecos encuadrados con piedras y proporciones colosales. La riqueza del Imperio queda evocada sobre piedra mediante la representación del desfile de los pueblos con sus indumentarias nacionales.

Antes de incendiar Persépolis, Alejandro Magno la vació de sus tesoros, para transportar todo el botín. Se utilizaron 20.000 mulas y 5.000 camellos.

La fuerza principal del Imperio residía en la caballería y, sobre todo, en la guardia real; cada soldado muerto era inmediatamente reemplazado por otro, de tal manera que el número de combatientes no variaba.
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