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El tamaño de los platos y de las porciones influye en gran medida en las cantidades que se ingieren en cada comida. Ser conscientes de ello, y actuar en consecuencia, nos puede ayudar a adelgazar con menos dificultad.
Seguramente muchos se preguntarán por qué el nutricionista insiste en que usemos la balanza para pesar nuestras porciones. Nos recomiendan un bife de 200 g o una ensalada de 300 g y la mayoría de nosotros no tenemos una balanza en casa y los medimos "a ojo". La respuesta es simple: porque los ojos nos engañan. ¿O nos engañan los platos que usamos? Ambas cosas. Estamos acostumbrados a utilizar platos grandes; es más, la tendencia en gastronomía es utilizar platos enormes para mostrar las diversas creaciones culinarias en todo su esplendor. Y sí, parecen más ricos, parecen más estéticos, pero ¿son saludables? ¿Podremos satisfacernos con esas porciones sin excedernos con las calorías?
Diversos estudios de varias universidades norteamericanas (Illinois, Yale, Estatal de Pennsylvania...) confirman lo que ya intuíamos todos: comemos más cuanto mayores sean las porciones, porque hay una tendencia subliminal a terminar lo que tenemos en el plato, aunque ya estemos saciados. ¿Quién no ha escuchado a su madre, cuando era niño, diciendo que nos comamos todo el plato?
Medir mejor
Diversos nutricionistas y expertos insisten mucho en la importancia del tamaño de la vajilla. El simple hecho de utilizar platos más pequeños (por ejemplo, los de postre), puede ayudarnos, ya que tenderemos a poner porciones más pequeñas, de la misma forma que los platos grandes hacen que tendamos a llenarlos, con lo que las porciones serán mayores y comeremos más. Por otra parte, si hemos acabado con un plato pequeño, es más difícil que pidamos repetir aunque no estemos saciados del todo. Este razonamiento, que a veces quizá despreciamos por parecernos trivial, puede ayudarnos mucho a mantener o rebajar el peso, sobre todo si lo aplicamos a los alimentos más energéticos. Así, aunque no tengamos a mano una balanza, podremos respetar mejor las indicaciones de una dieta, aunque siempre es útil tener una balancita en casa, no solo para medir lo que comemos, sino para realizar bien las recetas, utilizando solo las medidas estipuladas en los ingredientes.
Liberarse de los prejuicios
Por último, hay que ser conscientes de ciertas motivaciones sociales y emocionales que pueden resultar también muy dañinas. Por ejemplo, "para quedar bien con mis invitados voy a preparar abundante comida", o "si quiero honrar a mi anfitrión, debo comer mucho y, por supuesto, terminármelo todo". Los cumpleaños, bodas, fiestas, celebraciones... habitualmente deben incluir un menú muy calórico y en cantidades excesivas, según lo que estamos acostumbrados. Esta cultura de las celebraciones, además del daño que hace en sí misma por el exceso de calorías que supone, va creando una asociación inconsciente entre felicidad y exceso gastronómico, también muy dañina. Así, en determinadas situaciones de vulnerabilidad emocional, podemos compensar ciertas frustraciones o estados anímicos negativos "asaltando" la heladera.
Seguramente muchos se preguntarán por qué el nutricionista insiste en que usemos la balanza para pesar nuestras porciones. Nos recomiendan un bife de 200 g o una ensalada de 300 g y la mayoría de nosotros no tenemos una balanza en casa y los medimos "a ojo". La respuesta es simple: porque los ojos nos engañan. ¿O nos engañan los platos que usamos? Ambas cosas. Estamos acostumbrados a utilizar platos grandes; es más, la tendencia en gastronomía es utilizar platos enormes para mostrar las diversas creaciones culinarias en todo su esplendor. Y sí, parecen más ricos, parecen más estéticos, pero ¿son saludables? ¿Podremos satisfacernos con esas porciones sin excedernos con las calorías?
Diversos estudios de varias universidades norteamericanas (Illinois, Yale, Estatal de Pennsylvania...) confirman lo que ya intuíamos todos: comemos más cuanto mayores sean las porciones, porque hay una tendencia subliminal a terminar lo que tenemos en el plato, aunque ya estemos saciados. ¿Quién no ha escuchado a su madre, cuando era niño, diciendo que nos comamos todo el plato?
Medir mejor
Diversos nutricionistas y expertos insisten mucho en la importancia del tamaño de la vajilla. El simple hecho de utilizar platos más pequeños (por ejemplo, los de postre), puede ayudarnos, ya que tenderemos a poner porciones más pequeñas, de la misma forma que los platos grandes hacen que tendamos a llenarlos, con lo que las porciones serán mayores y comeremos más. Por otra parte, si hemos acabado con un plato pequeño, es más difícil que pidamos repetir aunque no estemos saciados del todo. Este razonamiento, que a veces quizá despreciamos por parecernos trivial, puede ayudarnos mucho a mantener o rebajar el peso, sobre todo si lo aplicamos a los alimentos más energéticos. Así, aunque no tengamos a mano una balanza, podremos respetar mejor las indicaciones de una dieta, aunque siempre es útil tener una balancita en casa, no solo para medir lo que comemos, sino para realizar bien las recetas, utilizando solo las medidas estipuladas en los ingredientes.
Liberarse de los prejuicios
Por último, hay que ser conscientes de ciertas motivaciones sociales y emocionales que pueden resultar también muy dañinas. Por ejemplo, "para quedar bien con mis invitados voy a preparar abundante comida", o "si quiero honrar a mi anfitrión, debo comer mucho y, por supuesto, terminármelo todo". Los cumpleaños, bodas, fiestas, celebraciones... habitualmente deben incluir un menú muy calórico y en cantidades excesivas, según lo que estamos acostumbrados. Esta cultura de las celebraciones, además del daño que hace en sí misma por el exceso de calorías que supone, va creando una asociación inconsciente entre felicidad y exceso gastronómico, también muy dañina. Así, en determinadas situaciones de vulnerabilidad emocional, podemos compensar ciertas frustraciones o estados anímicos negativos "asaltando" la heladera.