Colección de relojes (Renée Ferrer)

ISABEL.- ¿Qué puede importarte ahora lo que dijo aquel cura que habrá experimentado también los zarpazos de la duda entre confesión y confesión? Lo único que cuenta es que a las doce me da por acordarme de lo lindo que hubiera sido ser la elegida del Señor.

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¿No te parece que te faltaba currículum para semejante distinción, Isabel?

Eso no te incumbe. Lo que sí me incumbe es que tengo que volver a casa antes que empiece a llover. No quiero mojarme, y mucho menos que Encarnación haga deducciones pecaminosas. Qué mujer inaguantable. Siempre hurgando con el filo de sus ojos. Las fantasías no delinquen, de modo que cocinera a tu puchero. Jamás me quiso.

Y cómo te va a querer, Isabel, si tenés todo lo que ella quiere y nunca va a tener. Su consuelo es sacar conclusiones maliciosas. (ISABEL se levanta. Deja una limosna en la alcancía, camina hablando consigo misma.)

Me gustaría contarle a Omar lo que me atormenta. Pero, ¿cómo?, después de las cosas que hice. ¿Dónde encontrar una cuña de tiempo que nos permita sentarnos a hablar tranquilamente?

Con él enfrente, por supuesto. Porque monologar con los espejos es inútil. Nunca te contestan, a no ser para denunciar alguna arruga.

Es contigo que necesito hacer contacto, Omar. Comunicarme, entendés. ¿Pero, en qué forma?

¿Por telepatía? ¿Dialogando en sueños?

No sé cómo salvar esta barrera de medias palabras. Siempre está afuera, irremediablemente apurado, cuando no lo destruye una incansable fatiga. La indiferencia lo convirtió en un desconocido crónico, sumido en las exigencias del poder. Los viajes, el sistema, las reuniones. Lo estiran a todas partes manteniéndolo lejos. No puede zafarse del orden establecido, de la rabiosa ambición que lo devora. O simplemente no quiere. Me deja sola. Sola con el tiempo y los relojes. (En tono de parodia.)

No entendés, Isabel, que así tiene que ser si quiere seguir agregándole ceros a su cuenta bancaria. Implacable consigo mismo, lo es también con los demás.

La casa limpia. El perro atado. Las persianas herméticas.

Salvo cuando se mete a darle cuerda a los relojes, dejándome afuera.

Nuestras orillas se fueron distanciando. Yo me refugié en la música; en mi galaxia privada; en un presente perpetuo sin mayores inquisiciones.

Lo único que quiero ahora es que me dejen tranquila. Es hora de volver. (ISABEL busca la llave en la cartera, no la encuentra, se pone nerviosa.) ¿Dónde están mis llaves?

De la cartera de una mujer se puede sacar una agenda, un celular, cigarrillos, elefantes, pastillas, tres palomas, y después, con suerte, encontrar las llaves.

Ah, aquí están. Se me pierden las llaves entre tantas cosas. ¿Será porque no quiero entrar?

¿O porque te causa pavor abrir las puertas de tus propios deseos?

Antes de que se enloquecieran los relojes era distinto; yo estaba sola; pero sin ningún signo de interrogación a la vista.

Preparando cenas para cuarenta invitados, sin mancharme el vestido, por supuesto; sentada al piano después del café, mientras Omar se jactaba de mis dotes musicales.

Es curioso. Según se comporta su mujer, así le va al hombre. (Se escucha el tic-tac de los relojes.)

A mí también me gustaba estar impecable, no lo voy a negar. Antes era distinto. La grieta entre esta vida convencional y la que transcurre en tu interior no se había abierto todavía, y lograbas conciliarlas a fuerza de cerrar los ojos.

Mantener la horizontal era una cuestión de estrategia. Simular un sentimiento o fingir no sentir nada, aunque por debajo se escondiera un volcán.

Ahora, todo se ve oblicuo. Y mi hijo ya no viene... y Omar está permanentemente en otra parte.

Actividades sugeridas: Determina el tema del fragmento.¿Isabel con quién dialoga? ¿qué error pudo haber cometido Isabel? ¿Las ansias desmedidas de poder es un mal? De la cartera de una mujer.... ¿qué realidad se desea evidenciar con esta frase? ¿Qué significan los relojes?
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