Cargando...
Mantiene, asimismo, que desde las sociedades esclavistas se ha pretendido que la razón es superior a la acción, lo que rechaza de plano. Aduce Marx que la actividad, es decir, trabajo y acción, mantienen a los seres humanos en un rígido contacto entre ellos, haciendo posible la transformación y control de la naturaleza en su beneficio.
Marx puntualizó que en el trabajo de cada ser humano se da un proceso de alienación que acaba por convertirlo en una cosa. Es su propia actividad (proletaria) la que termina por esclavizarlo y transformarlo en algo distinto a su propia esencia. Por dicho motivo, preconiza que toda actividad humana debe llevarlo a cada individuo a escapar de dicha alienación.
EL TRABAJO EN SÍ
Pero he aquí que para la concepción de Marx, hallar este trabajo en la sociedad burguesa de su tiempo, significa alienarse siempre, porque la mayoría de los hombres responden a una minoría que es la verdadera propietaria del trabajo: la del empleador, quien es el que se lleva la parte del león.
El empleador, dice Marx, se adueña de todo sin retribuir debidamente, haciéndose dueño hasta del tiempo que ocupa el trabajo. El empleado no tiene elección y es conminado a realizar lo que se le ordena sin que pueda agregar o quitar nada a su actividad y así debe renunciar a desarrollar con libertad su creatividad, a menos que le convenga al dueño burgués.
El hombre, de este modo, se convierte en parte de una maquinaria. En este estado de cosas, afirma, el hombre acaba por sentirse insatisfecho y en definitiva, explotado. Debe recordarse que en la época de Marx, las horas de trabajo eran larguísimas y no existía prácticamente ninguna de las conquistas laborales que conocemos hoy en el mundo occidental.
En ese sentido, afirma que el único consuelo que le queda al hombre asalariado, proletarizado, es aplacar de algún modo sus apetencias puramente animales, como son comer, beber, reproducirse, apenas vestirse y soñar con un lugar en donde vivir.
TAMPOCO LO PRODUCIDO
Con referencia al producto de su sacrificio, advierte Marx que al trabajador, por las circunstancias señaladas, tampoco le pertenece el producto de su trabajo, lo que significa que la mercancía o su equivalente en capital será vendida en beneficio exclusivo del propietario, dueño de los medios de producción.
En tales circunstancias, la desigualdad entre el empleador y el empleado aumenta en progresión geométrica, hasta convertirse en un abismo. El verdadero productor, el proletario, no recibe casi nada y el señor burqués acrecienta su poder.
Esta situación, puntualiza Marx, lleva a la inevitable desigualdad de las clases sociales, produciéndose una situación social y política que define como capitalismo. En este sistema, asegura, se construye un mundo de competencia en donde el capital debe crecer continuamente. La competencia real es entre los dueños de los mecanismos de producción.
En este marco, aparece entre los empleados un espejismo que crea la ilusión de que la competencia es entre sus propios compañeros, quienes no son aliados en la producción, sino también otros competidores, verdaderos rivales de quienes es mejor desconfiar y cuidarse. El trabajo capitalista genera egoísmo y destruye toda posibilidad de unas relaciones sociales basadas en la justicia y la igualdad. Marx abogó por la eliminación del capital, para eliminar la alienación humana.
Marx puntualizó que en el trabajo de cada ser humano se da un proceso de alienación que acaba por convertirlo en una cosa. Es su propia actividad (proletaria) la que termina por esclavizarlo y transformarlo en algo distinto a su propia esencia. Por dicho motivo, preconiza que toda actividad humana debe llevarlo a cada individuo a escapar de dicha alienación.
EL TRABAJO EN SÍ
Pero he aquí que para la concepción de Marx, hallar este trabajo en la sociedad burguesa de su tiempo, significa alienarse siempre, porque la mayoría de los hombres responden a una minoría que es la verdadera propietaria del trabajo: la del empleador, quien es el que se lleva la parte del león.
El empleador, dice Marx, se adueña de todo sin retribuir debidamente, haciéndose dueño hasta del tiempo que ocupa el trabajo. El empleado no tiene elección y es conminado a realizar lo que se le ordena sin que pueda agregar o quitar nada a su actividad y así debe renunciar a desarrollar con libertad su creatividad, a menos que le convenga al dueño burgués.
El hombre, de este modo, se convierte en parte de una maquinaria. En este estado de cosas, afirma, el hombre acaba por sentirse insatisfecho y en definitiva, explotado. Debe recordarse que en la época de Marx, las horas de trabajo eran larguísimas y no existía prácticamente ninguna de las conquistas laborales que conocemos hoy en el mundo occidental.
En ese sentido, afirma que el único consuelo que le queda al hombre asalariado, proletarizado, es aplacar de algún modo sus apetencias puramente animales, como son comer, beber, reproducirse, apenas vestirse y soñar con un lugar en donde vivir.
TAMPOCO LO PRODUCIDO
Con referencia al producto de su sacrificio, advierte Marx que al trabajador, por las circunstancias señaladas, tampoco le pertenece el producto de su trabajo, lo que significa que la mercancía o su equivalente en capital será vendida en beneficio exclusivo del propietario, dueño de los medios de producción.
En tales circunstancias, la desigualdad entre el empleador y el empleado aumenta en progresión geométrica, hasta convertirse en un abismo. El verdadero productor, el proletario, no recibe casi nada y el señor burqués acrecienta su poder.
Esta situación, puntualiza Marx, lleva a la inevitable desigualdad de las clases sociales, produciéndose una situación social y política que define como capitalismo. En este sistema, asegura, se construye un mundo de competencia en donde el capital debe crecer continuamente. La competencia real es entre los dueños de los mecanismos de producción.
En este marco, aparece entre los empleados un espejismo que crea la ilusión de que la competencia es entre sus propios compañeros, quienes no son aliados en la producción, sino también otros competidores, verdaderos rivales de quienes es mejor desconfiar y cuidarse. El trabajo capitalista genera egoísmo y destruye toda posibilidad de unas relaciones sociales basadas en la justicia y la igualdad. Marx abogó por la eliminación del capital, para eliminar la alienación humana.