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EL CAMINANTE SOLITARIO
O. González Real
El joven movió la cabeza negativamente y siguió atándose los cordones deshilachados de su champión blanco. La madre -una mujer de mediana edad, con un rictus permanente de ansiedad en el rostro-, haciendo un ademán que denotaba disgusto, dudó un momento y luego, suavizando la expresión, agregó:
Hijo mío, los vecinos empiezan a murmurar; tienes que decidirte cuanto antes, mañana puede ser demasiado tarde. Al menos piensa en nosotros y en la vergüenza que tenemos que soportar a causa de tus ideas. Hazlo por mí, ¿quieres? Tu padre no ha dormido anoche. Es probable que pierda su empleo.
El padre del muchacho se encargaba de las computadoras en la Central Hidroeléctrica. Allí, sus compañeros ya no le dirigían la palabra y lo evitaban en el comedor. Lo consideraban culpable de la conducta insólita de su hijo, el de las zapatillas blancas.
Guillermo levantó lentamente la cabeza y, mirando a su madre directamente a los ojos, dijo con impaciencia:
¿Cuándo comprenderán que no soy como los otros? ¿No ven que estoy perfectamente bien así, sin tener que depender de una máquina? Una de las paredes de la habitación se iluminó repentinamente y se escuchó una voz que repetía, monótonamente, una serie de mandamientos y reglas de conducta, recordando a los ciudadanos sus deberes para con el Estado. Una tanda de imágenes subliminales reforzaban las palabras del anónimo legislador. El adolescente hizo como que se tapaba los oídos y continuó:
¿Mamá, por qué no me dejan en paz? Papá sólo piensa en quedar bien con la empresa. Yo no existo para él, me trata como a una de sus calculadoras.
La mujer suspiró profundamente y luego, sin decidirse a responder, abandonó el comedor para dirigirse a la cocina, murmurando por lo bajo, contra las ideas absurdas de su hijo.
En la impecable cocina, la criada mecánica apilaba los platos mientras tarareaba una antigua canción interplanetaria. La madre de Guillermo desconectó el artefacto y lo condujo suavemente de la mano hasta la caja de metal, donde permanecía guardado después de terminar las tareas domésticas. La sirvienta no era un robot -de allí el trato especial que recibía-, sino una combinación de lo que quedó de una vieja actriz (después de la Guerra de las Mujeres) con brazos y piernas artificiales, agregados posteriormente.
El hijo rebelde observó a su madre con una mueca de disgusto, molesto por el cuidado que brindaba a ese extraño organismo -mitad humano, mitad máquina-, un ser híbrido, como aquellos viejos dioses egipcios, que participaban de dos naturalezas distintas y contradictorias.
¿Será que terminaremos reverenciándolos?-se preguntó el muchacho mientras se incorporaba del colchón de aire sobre el que estaba recostado. Miró una vez al engendro electrónico, envidiando los cuidados que recibía y luego, cabizbajo, abrió la puerta del comedor y salió a la calle. Bajo las luces de sodio sus championes parecían fosforescentes. Un brillo fantasmal partía de sus pies, como el de ese polvo estelar que traían en sus zapatos los viajeros de la Vía Láctea
Aquello había comenzado con la histórica resolución del Gobierno que exigía a todos los ciudadanos la completa mecanización, y la prohibición explícita de andar a pie. El joven y sus championes eran un abierto desafío a la ley Los que se atreviesen a caminar después de las fiestas patrias debían atenerse a las consecuencias-así repetía aquella voz impersonal en la pared transparente de todos los hogares. No se había revelado la naturaleza del castigo. La deportación a las canteras marcianas, tal vez, o el famoso reformatorio lunar...
Cuando llegó a su casa, el silencio reinante le indicó que sus habitantes estaban profundamente dormidos. El joven se dirigió a la cocina y sacó a la muchacha mecánica de su ataúd nocturno; conectó la pila que estimulaba el cerebro y comenzó a hablar quedamente al ciborg.
Al otro día, la ciudad era presa del pánico y la consternación. Una enorme rata (animal extinguido) había cortocircuitado la Central Hidroeléctrica...
LA CIUDAD ESTABA PARALIZADA... LOS HABITANTES HABÍAN DESCUBIERTO
¡QUE YA NO ERAN CAPACES DE CAMINAR! ¡Sólo un atlético adolescente¡
ACTIVIDAD SUGERIDA
- Dentro de la ficción del fragmento que realidades actuales identificas. Comenta con tus compañeros.
Frase de hoy: Es honra del hombre evitar discusiones, mas cualquier necio puede iniciarlas. (Proverbios 20- 3.)
O. González Real
El joven movió la cabeza negativamente y siguió atándose los cordones deshilachados de su champión blanco. La madre -una mujer de mediana edad, con un rictus permanente de ansiedad en el rostro-, haciendo un ademán que denotaba disgusto, dudó un momento y luego, suavizando la expresión, agregó:
Hijo mío, los vecinos empiezan a murmurar; tienes que decidirte cuanto antes, mañana puede ser demasiado tarde. Al menos piensa en nosotros y en la vergüenza que tenemos que soportar a causa de tus ideas. Hazlo por mí, ¿quieres? Tu padre no ha dormido anoche. Es probable que pierda su empleo.
El padre del muchacho se encargaba de las computadoras en la Central Hidroeléctrica. Allí, sus compañeros ya no le dirigían la palabra y lo evitaban en el comedor. Lo consideraban culpable de la conducta insólita de su hijo, el de las zapatillas blancas.
Guillermo levantó lentamente la cabeza y, mirando a su madre directamente a los ojos, dijo con impaciencia:
¿Cuándo comprenderán que no soy como los otros? ¿No ven que estoy perfectamente bien así, sin tener que depender de una máquina? Una de las paredes de la habitación se iluminó repentinamente y se escuchó una voz que repetía, monótonamente, una serie de mandamientos y reglas de conducta, recordando a los ciudadanos sus deberes para con el Estado. Una tanda de imágenes subliminales reforzaban las palabras del anónimo legislador. El adolescente hizo como que se tapaba los oídos y continuó:
¿Mamá, por qué no me dejan en paz? Papá sólo piensa en quedar bien con la empresa. Yo no existo para él, me trata como a una de sus calculadoras.
La mujer suspiró profundamente y luego, sin decidirse a responder, abandonó el comedor para dirigirse a la cocina, murmurando por lo bajo, contra las ideas absurdas de su hijo.
En la impecable cocina, la criada mecánica apilaba los platos mientras tarareaba una antigua canción interplanetaria. La madre de Guillermo desconectó el artefacto y lo condujo suavemente de la mano hasta la caja de metal, donde permanecía guardado después de terminar las tareas domésticas. La sirvienta no era un robot -de allí el trato especial que recibía-, sino una combinación de lo que quedó de una vieja actriz (después de la Guerra de las Mujeres) con brazos y piernas artificiales, agregados posteriormente.
El hijo rebelde observó a su madre con una mueca de disgusto, molesto por el cuidado que brindaba a ese extraño organismo -mitad humano, mitad máquina-, un ser híbrido, como aquellos viejos dioses egipcios, que participaban de dos naturalezas distintas y contradictorias.
¿Será que terminaremos reverenciándolos?-se preguntó el muchacho mientras se incorporaba del colchón de aire sobre el que estaba recostado. Miró una vez al engendro electrónico, envidiando los cuidados que recibía y luego, cabizbajo, abrió la puerta del comedor y salió a la calle. Bajo las luces de sodio sus championes parecían fosforescentes. Un brillo fantasmal partía de sus pies, como el de ese polvo estelar que traían en sus zapatos los viajeros de la Vía Láctea
Aquello había comenzado con la histórica resolución del Gobierno que exigía a todos los ciudadanos la completa mecanización, y la prohibición explícita de andar a pie. El joven y sus championes eran un abierto desafío a la ley Los que se atreviesen a caminar después de las fiestas patrias debían atenerse a las consecuencias-así repetía aquella voz impersonal en la pared transparente de todos los hogares. No se había revelado la naturaleza del castigo. La deportación a las canteras marcianas, tal vez, o el famoso reformatorio lunar...
Cuando llegó a su casa, el silencio reinante le indicó que sus habitantes estaban profundamente dormidos. El joven se dirigió a la cocina y sacó a la muchacha mecánica de su ataúd nocturno; conectó la pila que estimulaba el cerebro y comenzó a hablar quedamente al ciborg.
Al otro día, la ciudad era presa del pánico y la consternación. Una enorme rata (animal extinguido) había cortocircuitado la Central Hidroeléctrica...
LA CIUDAD ESTABA PARALIZADA... LOS HABITANTES HABÍAN DESCUBIERTO
¡QUE YA NO ERAN CAPACES DE CAMINAR! ¡Sólo un atlético adolescente¡
ACTIVIDAD SUGERIDA
- Dentro de la ficción del fragmento que realidades actuales identificas. Comenta con tus compañeros.
Frase de hoy: Es honra del hombre evitar discusiones, mas cualquier necio puede iniciarlas. (Proverbios 20- 3.)