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Si un periódico es capaz con sus noticias y opiniones desestabilizar las instituciones, es porque estas son débiles en exceso. Y esa debilidad fue impuesta por la misma dictadura con sus actos descabellados y contradictorios. Uno de los muchos ejemplos: castigaba con el calabozo y la tortura a quien la tildaba de dictadura. En la lluvia de adhesiones se afirmaba que la medida fue para vigorizar la libertad de prensa.
La resolución del Ministerio del Interior fue avalada por la Junta de Gobierno de la ANR en sesión extraordinaria del 22 de marzo de 1984. En ese acto estuvo Hipólito Sánchez Quell, quien contó lo acontecido a una amiga; esta, a su vez, le hizo saber a su amigo Alfredo Seiferheld, el cual, con la prontitud del caso, se reunió con Aldo Zuccolillo y Enrique Bordenave para redactar el editorial que sería de despedida y al mismo tiempo de reafirmación de su compromiso con la patria para hacerla, como lo venía haciendo, realmente libre con la expresión de las ideas sin barreras.
Sánchez Quell, en un discurso pronunciado en el Teatro Municipal el 20 de mayo de 1944, dijo: “El general Bernardino Caballero concedió libertad a la oposición y a la prensa. Durante la era del resurgimiento que con él se inicia, nunca se clausuró una imprenta ni se deportó a ningún periodista”.
El elogio a Caballero fue una crítica a la dictadura del general Higinio Morínigo. Frente a la otra dictadura, la de Stroesner, ya no se animó a repetir las frases del fundador del Partido Colorado, pero se expresó de otro modo. Igual unas horas después se sabría la clausura pero no iba a publicarse el editorial de despedida que tuvo una vigorosa reacción en el país y el exterior.
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Mediante la autoritaria resolución del ministerio del Interior, firmada por Sabino Montanaro -que también oficiaba de titular de la Junta de Gobierno- se supo en muchos países el modelo político que sufría el Paraguay. Vinieron las condenas a raudales que sirvieron, también, para debilitar las relaciones con los Estados Unidos de Norteamérica que acabarían con el abandono al dictador.
En rigor, la dictadura se castigó a sí misma. Su arbitrariedad no tuvo más elogios que los de aduladores de siempre mientras crecía la censura ciudadana por un acto marcadamente dictatorial.
Un pasado que regresa
El pasado no es tan pasado ni pisado. Por boca del abogado de Horacio Cartes, Pedro Ovelar, se difundió la peligrosa idea de intervención judicial en la prensa con la amenaza de procesar a los periodistas que cumplen con su deber de contar los hechos.
La prensa no tiene la culpa –elemental– de los acontecimientos que difunde. Horacio Cartes –que en mala hora para el país manda en los tres poderes del Estado– procura que el silencio periodístico borre los muchos delitos de los que está acusado ante el Ministerio Público sin que ningún fiscal se anime a tocarlos.
¿Por qué no se animan? Por miedo a caer en manos de los cartistas, que dominan el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados presidido por Alicia Pucheta, puesta en tan delicada función por Honor Colorado para atender los intereses del patrón.
El autoritarismo actual no aprendió las lecciones que le dejó Stroessner: queriendo castigar a un diario se castigó a sí mismo. Esta misma situación se repetirá con el cartismo si continúa adelante con su proyecto de penalizar a los periodistas que dieron a conocer “el secreto” de Cartes. Los funcionarios –más aún un presidente de la República– tienen la obligación constitucional y moral de ser transparentes en sus gestiones.
La opinión pública debe conocer la verdad de los hechos. No será fácil con la justicia que padecemos. El cartismo, según el abogado Felino Amarilla, destapará, sin quererlo, la “caja de Pandora”.
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Por qué clausuraron ABC Color
Desde la perspectiva dictatorial, se entendía la arbitraria medida. Con Edwin Brítez hemos recopilado muchos de esos editoriales en el libro “Por qué clausuraron ABC Color”. Eran fuertes denuncias contra la corrupción en todas las entidades del Estado.
Antes del cierre “por tiempo indefinido”, ya venía soportando fuertes represiones, como el apresamiento de su director, de varios periodistas, la retención por muchas horas en los puestos de peaje de los vehículos que llevaban el diario al interior; se le hacía faltar papel y tinta mediante trámites burocráticos indebidos.
Estos hechos dictatoriales no eran sino el reconocimiento de la fuerza que ABC Color llegó a tener en la opinión pública. Para llegar a este nivel no fue fácil el camino andado. Trabajo, disciplina, convicción, fe en la patria, le costaron cinco años de riguroso castigo. Hubieran sido más años sin el golpe de febrero de 1989 que tumbó a la dictadura.
Por qué se reabrió ABC Color
Pasó un lustro en punto. El 22 de marzo de 1989 ABC Color volvió con los lectores de antes y nuevos para seguir con el proyecto de construcción nacional desde la noticia y el comentario, esta vez en un escenario distinto: el de la libertad, la esperanza, la posibilidad de enterrar para siempre la cadena que sujetaba todo intento ciudadano de vivir libremente.
En febrero de 1989 hubo estos momentos inolvidables: 1) El alzamiento militar; 2) el discurso de Andrés Rodríguez; 3) la renuncia de Stroessner, preso en la Caballería; 4) la explosión de júbilo en todo el país; 5) el exilio del dictador.
Ante estos acontecimientos, ABC color estuvo muy activo en reabrir su camino. Como en 1967, que apareció con la novedad del sistema offset, esta vez con la incorporación de la computadora que acabó con la máquina de escribir.
Un mes y medio era muy poco tiempo para retomar su antigua excelencia y satisfacer la expectativa del público, pero Zuccolillo ordenó que se saliera como sea. El 22 de marzo era una fecha simbólica y quería darle relevancia, vengarse de la dictadura.
El stronismo creyó que sepultó al diario pero se sepultó a sí mismo. El ministro de Justicia, Eugenio Jacquet –de triste memoria– dijo acertadamente que el cierre del diario posibilitó que muchos de sus periodistas se incorporasen a otros medios.
La observación de Jacquet era que la “subversión” de ABC se extendió a otros medios y era necesario prescindir de los periodistas provenientes del diario clausurado. Es decir, la tal clausura no lo fue tanto. En el plano internacional la cosa fue peor: quedó al descubierto la mentira de un gobierno que se proclamaba cumplidor de los derechos humanos.
Con su reaparición, el diario continuó con su prédica moralizadora. Denunciaba con responsabilidad la corrupción y aplaudía los buenos actos de las autoridades nacionales y regionales. El periodismo de investigación se hizo fuerte y llevó a la opinión pública –como hasta hoy– la inmoralidad que empobrece al país en su conjunto.
Por una infeliz casualidad, hoy el diario se encuentra lidiando, como en su primera etapa, con una dictadura todavía más o menos disfrazada, pero que en cualquier momento puede hacerse enteramente efectiva. De la dictadura política hemos pasado a la dictadura de la mafia. El cartismo manda en todas las instituciones del Estado a cara descubierta, sin disimulo, provocador.
El desafío que tiene el diario es el mismo que el de antes. Significa que no se desvió ni un milímetro del camino marcado por su fundador, Aldo Zuccolillo, que le dio su marca, temperamento, identidad, coraje y fe en la patria.