Las tareas de control se centrarán en el nuevo circuito comercial de la ciudad, punto neurálgico donde se concentra el flujo de visitantes, y donde las amenazas más comunes son la posibilidad de ser estafados por algún comerciante deshonesto, y sufrir el asedio de los buscavidas que pululan en el sector.
Ni bien el turista pisa suelo paraguayo es abordado por “cuidacoches”, “guías” que se ofrecen para conducirlos hasta algún comercio determinado, vendedores de baratijas varias, y los abusivos vendedores de escobillas para limpiaparabrisas de automóviles. Tampoco faltan los “gestores” de adelantamientos indebidos, cuando se producen las largas filas de vehículos en espera para cruzar hacia la frontera vecina.
Es cierto que la necesidad tiene cara de hereje, y mucha gente se ve empujada por la desesperación a inventar cualquier rebusque con el cual procurarse el sustento diario. Es cierto también que estas personas no tienen la culpa del estado de necesidad provocada en que vive gran parte de la población.
En todo caso, su forma de rebusque es una consecuencia espontánea de un estado de cosas en un país escandalosamente desigual. Donde una casta política y su entorno inmediato se engulle recursos que deberían ser empleados en la generación de oportunidades para que la gente pueda ganarse la vida con un trabajo digno.
Las ciudades de frontera suelen ser el espejo de un país. En nuestro caso, la primera impresión que se lleva el visitante es que llegó a una ciudad desaliñada, desordenada, sucia, y amenazante, y en este sentido la acción de las autoridades locales es oportuna, porque el turista que viene aquí a gastar su dinero no tiene por qué sufrir el asedio y el acoso de gente menesterosa que busca ganarse la vida como puede.
Pero atacar los síntomas no es suficiente. Faltan acciones generadoras de esas oportunidades para que la gente pueda ganarse la vida mediante el trabajo digno. Es inadmisible que una nación con tanta riqueza muestre a quienes la visitan esa imagen de país de pordioseros.