Paraguay, con estas idas y vueltas, muestra un modus operandi preocupante: improvisación pura. Un país que actúa sin hoja de ruta, haciendo y deshaciendo decisiones fundamentales, no solo pone en juego su reputación, sino también su estabilidad.
La ausencia de planificación y la falta de rigor en la toma de decisiones son signos inequívocos de un gobierno que camina a tientas, con más incertidumbres que aciertos, poniendo en riesgo el bienestar de la población y la confianza de la comunidad internacional.
El llamado del gobierno a la inversión extranjera se ve empañado por espectáculos improvisados como este. La imagen país, ese intangible que influye directamente en la percepción externa, queda severamente dañada cuando las decisiones tienen repercusión global.
La seguridad jurídica, uno de los pilares esenciales para atraer capitales, también entra en tela de juicio. Desde afuera se preguntarán cómo confiar en un país donde los acuerdos internacionales se cuestionan y rectifican con ligereza.
El trasfondo de esta decisión, además, despierta preguntas incómodas, como por qué se intentó poner fin al convenio con la DEA, una institución clave en la lucha contra el narcotráfico; y, sobre todo, qué intereses se esconden detrás de esa intención.
Esto resulta especialmente inquietante si se considera que la participación de la DEA fue clave en casos importantes como “A Ultranza Py”, un hito en la lucha contra el crimen organizado en Paraguay. La pregunta principal es si estábamos dispuestos a desmantelar un mecanismo de colaboración tan crucial sin un análisis serio y profundo.
En un país asediado por el narcotráfico y sus consecuencias, no hay lugar para el azar. La lucha contra el crimen organizado exige claridad, estrategia y una voluntad política clara de actuar con responsabilidad. Cada acción debe ser cuidadosamente planificada y justificada, especialmente cuando está en juego la relación con aliados clave en esta batalla.
La reculada no solo evidencia un grave error estratégico, sino también una falta de liderazgo y compromiso con el bien común. No se trata de buscar culpables, sino de exigir responsables.
Paraguay necesita un gobierno serio, y que se parezca serio. Las decisiones políticas erráticas, lejos de fortalecer al país, le debilitan y le exponen al escarnio público, tanto a nivel interno como externo.
No podemos permitir la improvisación en asuntos de tal envergadura. Más allá del papelón, cada decisión, cada comunicado, cada gesto del gobierno debe reflejar a partir de ahora una política que demuestre que se toma en serio el futuro. Solo así podremos avanzar hacia un país donde el “ser” y el “parecer” vayan de la mano.