Fe que genera felicidad

El deseo más intenso del ser humano es ser feliz y procura realizarlo por variados caminos. Las falsas alternativas rondan peligrosamente al espíritu humano, y no hay que dejarse engatusar por las vanidades ni tampoco por el aplauso de los aduladores.

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Leemos en el Evangelio cómo María fue a visitar a su prima Isabel y cómo su llegada trajo alegría para ella y para la criatura en su vientre.

Entre estas dos mujeres, embarazadas en situaciones completamente inusuales, se establece un diálogo lleno del Espíritu Santo, que ilumina a todos los siglos de la historia humana, pues muestra que Dios cumple sus promesas, pues sabe superar las limitaciones o maldades humanas.

La cumbre del relato son las palabras: “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”: ella subraya la asociación entre fe auténtica y genuina felicidad.

Curiosamente, la palabra “felicidad” empieza con “fe.”

María, durante su infancia y adolescencia, fue preparando su alma para la venida del Mesías Redentor, a través de la lectura del Antiguo Testamento, de una constante oración y una vida ejemplar. Como se prepara la tierra para recibir la semilla, hay que preparar el alma para recibir la fe.

Ella creía que, en algún momento, Dios iría a consumar sus promesas, pues Él jamás promete en vano: lo que promete va a realizar, pero a su tiempo y modo.

Esta fe en la palabra y en el proyecto de Dios le traía felicidad, justamente porque la fe nos enseña el futuro, nos hace saber las cosas que vendrán, aunque en medio de algunas oscuridades, que no quitan nuestra esperanza.

Hay que creer en Dios para ser feliz, pues el Señor es lo único estable en medio de todas las vicisitudes de la salud, de la economía y de los afectos humanos. Él es nuestro Amigo y nos comunica una buena noticia a cada segundo.

El Niño Jesús, cuando se hizo adulto, afirmó que los misericordiosos encontrarán misericordia y la fiesta de Navidad es una ocasión oportuna para dejar atrás ciertos rencores, que perjudican nuestro convivio familiar.

Por ello, no tenga recelo de abrazar sus padres, sus hermanos, su marido, su esposa, sus hijos y decirles cuánto usted los quiere, y cómo ellos motivan su vida.

Incluso, este es el momento de, con un corazón humilde, pedir perdón por los nerviosismos despistados y por las palabras agresivas: esta confianza en Dios nos hace más felices.

Feliz y santa Navidad a todos, y la bendición de los Hermanos Capuchinos.

Paz y bien

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