La historia del Chaco en cuanto a obras y vialidad recién se está “poniendo al día”. Aunque tal vez existan funcionarios que demuestran buenas intenciones, seguir remendando la costosa obra de US$ 130 millones repercute en una cadena de acción y de desembolso de recursos tan larga y compleja, pasa por tantas manos y ordeños de presupuesto que los beneficiarios reales no alojan esperanzas de que se reactive alguna vez, y si eso ocurre, la pregunta que grita es ¿hasta cuándo funcionará?
La falta de agua en el Chaco es mitigada únicamente por la misericordia de la divina providencia, que tras meses de agonía cada tanto envía la esperada lluvia y con esa agua todo florece.
¿Por qué no dejar a los chaqueños que se encarguen de esa obra?
Si hay recursos y disposición, lo más sensato sería delegar de una vez a quienes conocen el Chaco desde hace mucho tiempo la reparación y mantenimiento de la obra. Las ideas de reparación vienen siempre de las grandes oficinas climatizadas de la capital, cuando lo que de verdad falta es incluir a los lugareños en encontrar las soluciones reales y aplicar sus ideas.
Lo cierto es que la obra –pese a que en partes es nueva– se hace vieja, y todo lo que no se usa se desgasta y se pierde. Hay cientos de metros de tuberías listas para recibir el agua, hay varios tanques elevados esperando ser usados y hay miles de familias que toman agua de tajamar por causa de una obra fallida.
En una semana serán dos años del último bombeo del acueducto, dos años de reuniones, de idas y vueltas y dos años de que publiquen en sus redes sociales que están buscando una solución.
La causa del acueducto debe ser algo más que contenido para redes y más que un motivo para que las comitivas vengan apenas medio día al Chaco a fingir interés y felicitarse entre ellos por hacer su trabajo.
La cuestión del acueducto debe estar grabada en la agenda presidencial como causa nacional y cuando eso ocurra, los chaqueños reavivaremos nuevamente la llama de la esperanza con más hechos, no solo promesas.