Flores era consciente del poder de su creación; sabía que en algún momento el país, y los enemigos de su arte, habrían de rendirse a la verdad. Y aquí estamos radiantes, como país, con el sueño cumplido: La guarania se codea con las más bellas expresiones musicales de la humanidad. Alguien diría “¡Quien lo creyera!” ¿Por qué no? La sentencia de los estudiosos es unánime. La guarania se sostiene en la más depurada técnica. Por encima de ella, expresa el sentimiento nacional que nos identifica, nos une, nos abraza.
El otro acontecimiento grato es que la guarania nació cantando en guaraní con los versos de Fontao Meza. Este hecho me suele llamar la atención porque Flores tenía a dos compañeros en la Banda de Policía, excelentes poetas como Félix Fernández y Darío Gómez Serrato. Don Félix solía contar que una noche, luego de una actuación en el Teatro Municipal, tuvo con Flores la idea de componer una ópera. Así nació “Ñasaindype” y allÍ murió el proyecto operístico.
Es sobradamente conocida la condición, que hoy llamaríamos niño de la calle, de José Asunción Flores. Se han dado circunstancias llamativas, coincidencias que asombran como el hecho de que el “castigo” policial se diera en la banda de músicos de la institución. Parecía haber estado esperando la ocasión para marcar el destino musical de un niño. Está claro que si Flores aprendió música, gustó de la música, se entregó por entero a la música, fue porque previamente la tenía en un algún rincón del alma. Y aquí la pregunta: ¿Es Flores deudor de la banda de músicos o la banda de músicos deudora de Flores? Como sea, la banda de la Policía, y sus brillantes maestros, hoy son conocidos y admirados porque de su seno salió el genio que los ilumina.
Flores estuvo rodeado siempre de amigos incondicionales. Fue querido y admirado por su talento, su dimensión humana y su entrañable amor a la patria. Los amigos que le sobrevivieron se dieron a la tarea, con Gilberto Rivarola a la cabeza, de honrar su memoria.
Para que se llegase al momento de que la guarania fuese patrimonio de la humanidad, hubo muchas instituciones, públicas y privadas, artistas en general –músicos en particular- que aportaron su esfuerzo.
De esas instituciones nombro una: El Ateneo Cultural “José Asunción Flores”. Desde el inicio estuvo en las gestiones, primero ante las autoridades nacionales, luego ante la Unesco. No puedo dejar de nombrar a los directivos del Ateneo como Antonio Pecci, José Antonio Galeado, María de la Paz Rivarola, Emilio Camacho.
En fin, ya tenemos el sueño cumplido con la guarania inmortal.
Hay muchos testimonios documentales y testificales que nos hablan de que el nacimiento de la guarania fue un parto difícil; difícil en el sentido de que ha necesitado no solamente la inteligencia del creador; también, y sobre todo, agotadores trabajos de investigación, de estudios, de ensayos. No obstante su juventud, a Flores pronto le rodeó el aire de maestro. Sus compañeros comenzaron a mirarle desde otra perspectiva, más allá del ejecutante del trombón. Había en el maestro la atracción del genio que genera respeto. Pronto sus compañeros supieron en qué proyecto estaba. Para algunos de ellos era irrealizable. Partían de la base de que por la banda de músicos de la Policía ya habían pasado, o estaban aún, maestros de amplios conocimientos técnicos y a ninguno de ellos se le ocurrió que la música paraguaya estaba en falta para su debida ejecución. Flores no solo la corrigió, o al corregirla, creó un género distinto a todos los conocidos. Nació la guarania. Fue en 1925 con Jejuí. Esta música tuvo un extraño destino. Nunca más nadie la escuchó más que las personas que tuvieron el privilegio de estar esa noche en el Hotel Cosmos. Después desapareció para siempre. Bueno, hubiera sido para siempre de no mediar la tozuda perseverancia del maestro Echeverría que anduvo detrás de la partitura hasta encontrarla apenas hace algunas semanasy rehacerla y devolver al público en el Teatro Municipal.
“Jejuí” tuvo otro efecto inesperado que me ha tocado vivirlo o sentirlo. Un día convine con Mauricio Cardozo Ocampos entrevistarlo en su domicilio del barrio Jara. Tuvimos una prolongada y enriquecedora conversación como cabía a un músico de su trayectoria y compañero de Flores en la banda de Policía. Al término de la entrevista, don Mauricio me obsequió un libro de su autoría, el cual me puse a leerlo apenas llegado al diario. Me fue así que encontré, en una de las páginas, un trozo de la partitura de “Jejui” en cuyo ángulo estaba escrito “1925″. La coincidencia era que la entrevista con don Mauricio tuvo lugar en abril de 1975. Salté de alegría porque en esos momentos era yo el único –o creía serlo- que había estado frente al cincuentenario de la creación de la guarania. Mi primer impulso, y el definitivo, fue que en mi columna dominical hiciera saltar la fecha, sin pensar en las consecuencias, pues 1975, como en todo el tiempo que duró la dictadura, era un grave pecado exaltar la figura del maestro. Tengo que decir que la idea de sostener y difundir el cincuentenario de la guarania fue apoyada con entusiasmo por el director del diario, Aldo Zuccolillo.
Antes de 1975, o sea, antes del cincuentenario de la guarania, venía en procura de esclarecer el origen de la guarania, atribuido interesadamente a Manuel Ortíz Guerrero. La perversidad de esta atribución está en que los negacionistas sabían de la mentira que con tanto entusiasmo la difundían con el aplauso inocente de muchas personas cándidas que nunca faltan en estos pleitos. Don Mauricio, entonces, tiene mucho que ver en la reivindicación del creador de la guarania.
Pronto la campaña de abc color tuvo su alentador efecto. Un grupo de estudiantes secundarios y universitarios organizaron un festival folclórico en la cancha del San José, en el barrio conocido entonces como Coca Cola. Fue admirable el entusiasmo del público que, en rigor, fue un desafío a la dictadura cuyos voceros multiplicaban la infamia.
Mi otra participación fue integrar una comisión de repatriación de los restos del maestro. Pronto fuimos llamados de a uno al despacho del viceministro del Interior, el doctor Bestar, quien al amenazarnos nos aseguraba que los restos del “legionario Flores” nunca vendrían al Paraguay. Nos aconsejó, “por nuestro bien” que nos quitáramos de la cabeza ese delirio.
El delirio se hizo realidad, y hoy los restos del maestro, el creador de la guarania, descansan entre nosotros.