Serán seis millones de guaraníes más al mes para cada uno de ellos, inamovibles, y con impacto en su jubilación. Un golpe maestro, para asegurar que el privilegio trascienda los años de servicio y se perpetúe con el retiro.
El año pasado, los mismos parlamentarios ya intentaron concretar su fraudulenta obra. En aquella ocasión se reunieron con el presidente Santiago Peña, quien calificó su exigencia como una “extorsión” al condicionar la aprobación del presupuesto al aumento salarial. Paradójicamente, ahora el mismo Peña los defiende, argumentando que “se lo merecen” por apoyar las reformas del Ejecutivo.
El argumento de que este aumento es ínfimo dentro del presupuesto nacional es real, pero resulta insultante para un país en el que cubrir las necesidades básicas de la gente sigue siendo una gran deuda del Estado.
Mientras los parlamentarios celebran su autoconcedida bonanza, la realidad de la ciudadanía se refleja en carencias. En los hospitales los pacientes deben comprar medicamentos e insumos básicos. Las escuelas, en ruinas, no ofrecen un entorno digno para la enseñanza. Las rutas descuidadas cuentan historias de décadas de abandono.
El mensaje político es claro: el Congreso, ese poder que debiera representar la voluntad popular, está desconectado del pueblo. No representa las voces de quienes madrugan para trabajar por un salario mínimo, o menos, que apenas alcanza para subsistir. Representa, en cambio, los angurrientos intereses de una élite que legisla para sí misma.
La pregunta que flota en el ambiente es si este pueblo, acostumbrado a indignarse en las redes sociales, pero a callar en las urnas, llegará a su límite ¿Nos alcanzará la paciencia para soportar esta desconexión?
Tal vez nos haga falta una revolución, no de armas ni de guillotinas, sino de conciencia. Un despertar colectivo que eleve el reclamo por lo justo, por lo necesario. Porque mientras los parlamentarios se aferran a sus indecentes incrementos, sin sonrojarse, el verdadero precio lo seguirá pagando un país que sueña con ser más, pero tropieza con quienes solo saben ser menos.