Ecuador es un país con problemas políticos y económicos, como todos los países latinoamericanos. Pese a ello su capital atrae miles de visitantes que quieren corroborar su fama.
El barroco de sus iglesias es foco de atracción. La perfección arquitectónica conmueve sea uno creyente o no. Iglesias, plazas y otras joyas arquitectónicas de los siglos XVI y XVII, perfectamente conservadas, generan miles de visitas al año e ingresos para el país.
Quito, fundada en 1534 sobre una antigua ciudad inca, posee, según la Unesco, “el centro histórico mejor conservado y menos alterado de toda América Latina”. Uno puede caminar durante horas por su casco histórico y no parar de encontrar maravillas arquitectónicas. Y eso, antes de pasar a la Quito siglo XXI, con edificios también deslumbrantes.
En una de esas calles observé un solar que me evocó al Palacio Patri, sede de nuestro Correo. La diferencia estaba en que esa construcción quiteña se erguía esplendorosa. En cambio, nuestro entrañable palacio asunceno de Alberdi y Benjamín Constant está prácticamente en ruinas, tal como otras antiguas bellezas edilicias de nuestra capital, caídas también víctimas de la despreocupación de los gobiernos nacionales como municipales.
¿Quién se animaría a llevar a un extranjero a caminar por el casco histórico asunceno? ¿A ver qué? Ruinas, suciedad, abandono, tristeza, inseguridad. Armoniosas fachadas de ayer exhibiendo su lacerada realidad de hoy. Un visitante extranjero busca conocer la ciudad desde su historia recapitulada en sus edificios tradicionales. Hasta el Palacio de López corre peligro de un colapso, pese a lo mucho que ya se gastó en su “restauración”.
Y no se puede aducir que no hay dinero para la preservación cultural. Hay, y suficiente. Solo que está mayormente destinado a mantener el parasitismo electoral. Planilleros, “asesores” semianalfabetos, hurreros, nepotes, privilegios obscenos de parlamentarios obscenos. Estas son las prioridades de nuestros gobiernos.
Un veterano académico de la lengua española se despidió de mí en Quito:
-Yo lo conocí a Augusto; pienso ir a Asunción a conocer su museo.
-No hay museo Roa Bastos.
-Y por qué no lo instalan en la sede de la Academia Paraguaya.
Bajé la cabeza:
-En nuestra sede apenas caben el escritorio de la secretaria y una mesa de sesiones.
-¿Y vuestro gobierno no apoya a la cultura?
-No.
Me dio un abrazo; nos despedimos en silencio.
La cultura origina millones en Quito. El centro de Asunción, con su identidad cultural vaciada, solo produce tristeza.