La globalización designa la escala ampliada, la magnitud creciente y la profundización del impacto de los flujos y patrones transcontinentales de interacción social (D. Held – A. Mc Grew). Pero no debemos pensar que la globalización sugiere o impulsa imperar un proceso universal de integración del globo terráqueo, mediante una creciente y acelerada convergencia de civilizaciones y culturas. Una porción mayoritaria de la población mundial está ampliamente excluida de los proclamados beneficios de la globalización, generándose disputas y oposiciones en sectores públicos y privados que le impiden ser un proceso uniforme en el planeta.
Además, hay una clara dislocación entre el discurso generalizado sobre globalización, y un mundo mayoritariamente escéptico ante las rutinas de la vida cotidiana, que están dominadas por las circunstancias nacionales y locales en estos países, y aun en las regiones en proceso de integración y de unificación regional.
Frente a quienes sostienen que la globalización es un nuevo modo de imperialismo ideológico neoliberal, gestionado por EEUU y la Unión Europea para extender y proteger sus intereses económicos y financieros capitalistas, considero que una visión más objetiva y desapasionada de la realidad mundial, revela y conduce inexorablemente a cambios estructurales profundos en la organización social actual, que cristalizan a escala regional, internacional y global, como ocurre con la injusta invasión de Rusia sobre Ucrania, que conduce al agrupamiento estratégico militar de los países, acelerándose un proceso de transformación significativa de los padrones tradicionales de organización socioeconómica, la soberanía territorial y el poder.
Al transformarse el contexto y las condiciones de interacción y de organización social en los continentes, se produce inexorablemente un proceso, lento o rápido, de reordenamiento de la relación entre territorio, espacio socioeconómico y político, más allá de las ya prácticamente inexistentes “fronteras nacionales”.
El territorio y el poder político, bajo las condiciones de la globalización, son reinventados y reconfigurados por nuevos paradigmas, extraños a los que justificaron y fortalecieron al “estado nacional”, considerado éste como un cuerpo político separado tanto del gobernante como del gobernado, con suprema jurisdicción sobre un área territorial demarcada, respaldado por el derecho al monopolio del poder coercitivo, con la legitimidad que le otorga la lealtad o el consentimiento de su población; su principal empeño fue promover y defender su interés nacional. Todo esto ahora ya es el pasado; solo los ciegos no lo ven.
El crecimiento de las organizaciones institucionales y colectivos internacionales, desde Naciones Unidas y sus órganos especializados: OIT, FAO, OMS, etc., pasando por un estado supranacional como la Unión Europea, hasta los grupos internacionales de presión; el “G 7″, el “G77″, “BRICS”,etc. y los movimientos sociales continentales y mundiales, han alterado la forma y la dinámica del estado nacional como de la sociedad civil, donde poderosas instituciones financieras como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo, toman decisiones generando políticas que afectan la vida de grandes porciones de la población mundial, en una amplia gama de cuestiones económicas, sociales y ecológicas.
Los derechos humanos, la contaminación, las drogas y el terrorismo, entre otros, son temas de política internacional que desconocen de hecho o de derecho, las jurisdicciones territoriales estatales y los lineamientos políticos existentes, que requieren de la participación y la cooperación internacional para su efectiva resolución. Son hechos y problemas que por su envergadura y trascendencia impulsan hacia un régimen de gobierno regional y global en múltiples niveles, porque escapan a la coordinación estatal y aislada de los gobiernos, por más poderosos que aparentan ser.
Ha ido desarrollándose una colectivización supranacional de la seguridad ante el terrorismo transnacional, el tráfico de drogas, la trata de personas y la existencia de ejércitos privados. En síntesis, la autonomía estatal está en definitivo declive, incapacitada para ejecutar sus agendas, sin contar con otras instituciones, políticas o económicas, que están por encima y más allá de sus posibilidades, desafiando la decadente soberanía nacional y la legitimidad del estado-nación.