Hace años los partidos políticos —el Colorado y también el Liberal— se pusieron a coquetear con personajes emergentes del mundo narco. Lo hicieron en su afán de buscar financiamiento con miras a satisfacer la codicia de los dirigentes cada vez más ávidos de dinero para campañas, para su mantenimiento en el poder y para recaudar velozmente.
El aporte de los narcos no era gratuito. Había una contraprestación: protección policial y judicial. La política maneja ambos ámbitos.
Con los años los narcos ya no querían circunscribirse a aportar para políticos. Ya tuvieron representantes en estamentos del Estado, especialmente en el Congreso. La mimetización de los narcos con la política continuó con la asunción de ellos mismos como dirigentes políticos. Ya no necesitaban intermediarios.
Fue tal el grado de irrupción, que se hablaba ya de la narcopolítica, o del Paraguay como narcopaís.
En ese lento pero persistente avance, que se daba en todo el territorio de la República, comenzó a aparecer el crimen, un lenguaje propio del narcotráfico, praxis común y recurrente. Así murieron narcopolíticos o políticos narcos. Como el caso de Magdaleno Silva, asesinado el 5 de mayo del 2015. Para la fiscalía fue un “ajuste de cuentas entre narcotraficantes”. Otro político asesinado fue Carlos Rubén Sánchez, conocido como Chicharõ. Fue procesado por lavado de dinero y asesinado luego el 7 de agosto del 2021.
La mafia de la narcopolítica se cobró también la vida de varios periodistas.
Entre los hombres de prensa asesinados se recuerda a Santiago Leguizamón, muerto a balazos en Pedro Juan Caballero el 26 de abril de 1991. Se recuerda también a Pablo Medina, corresponsal de ABC en Curuguaty, asesinado el 16 de octubre del 2014 junto con su asistente, Antonia Almada, por orden del narcotraficante Vilmar Acosta.
Hoy tenemos parlamentarios presos o procesados. Juan Carlos Ozorio, Ulises Quintana, Erico Galeano, entre otros.
El 19 de agosto cayó bajo balas policiales Lalo Gomes, el diputado cartista de Pedro Juan Caballero, en un episodio cuyos pormenores permanecen en la nebulosa.
Entre sospechas, conjeturas, medias verdades, oscuridades, este caso expone en toda su dimensión hasta dónde ha llegado la narcopolítica en el Paraguay. Hasta el asesinato de un diputado sospechado de lavador de plata narco en un “allanamiento” policial sin conocimiento del ministro del Interior ni del comandante de la Policía.
Los vientos sembrados por la política paraguaya en los campos narcos promueven cosechas cada vez más sangrientas; tempestades que presagian más muertes, más dolor, más luto. Puede que mueran más narcopolíticos, pero también podrían morir muchos inocentes.
Los narcos en la política solo suscitan sangre y tragedia.