Anterior a esta Constitución nuestro idioma nativo nunca fue reconocido como idioma oficial. Se lo tuvo siempre en la periferia, como intentándose ocultarlo de las miradas “cultas”. Por demasiados años acompañó a quien lo hablaba el calificativo de “guarango”. O sea, ordinario, soez, incivil. Este juego de palabras –guaraní, guarango- contribuyó terriblemente a que muchas personas se negaran, y le negaran a otras, a expresarse en el idioma de su tierra, en el idioma que le distingue como perteneciente a una rara y honrosa nación bilingüe.
La otra condena que le echaron encima es que entorpece para hablar el castellano correctamente. Sí, entorpece, pero a quienes ya son luego torpes.
Sospecho, entonces, que la negativa de los convencionales –anteriores a los de 1992- no querían ser guarangos ni torpes. Pero he aquí que muchos de esos convencionales se expresaban solo en guaraní. ¿Pensaban que al darle rango constitucional se iba a manchar la cultura nacional? Y al hablar ¿no se manchaban a sí mismos?
Siempre hubo la discusión entre “cultos” y “guarangos”. Mientras tanto, el guaraní flameaba en lo más alto de la autenticidad paraguaya. Todos los intentos por bajarlo han fracasado. Y aquí lo tenemos, sano, robusto, imperecedero. No puede ser de otro modo porque de cada pelea sale robustecida.
El guaraní ha conocido también varios momentos de gloria. Roberto Romero, en su libro sobre el doctor Francia, nos cuenta que Hernando Arias de Saavedra, criollo nacido en Asunción, designado Gobernador de la Provincia del Paraguay y Río de la Plata en 1597, utilizó el guaraní como idioma de Gobierno. Dispuso que sus Ordenanzas “se publiquen y pregonen en la plaza pública de esta ciudad de Asunción como cabeza de estas Provincias en lengua española y en lengua guaraní por intérpretes que la entiendan”. Fueron pregonadas en Asunción el 29 de noviembre de 1603, en Santa Fe el 26 de diciembre y en Buenos Aires el 25 de enero 1604.
Al emplearse el guaraní –agrega Romero- como medio de publicación o promulgación de las leyes, de acuerdo con la formalidad de la época, se daba uso oficial al idioma nativo, que era el idioma general de la Provincia. Durante el régimen colonial hispano, los Cabildos de los pueblos de indios dirigían peticiones escritas al Gobernador de la Provincia, en idioma guaraní.
El primer Himno Patriótico –dice Romero- que se escribió en nuestro país tenía letra en guaraní. Fue en tiempos del Dictador Francia quien había rechazado otro himno, “A la libertad del Paraguay”, porque estaba escrito en castellano.
Sabemos la importancia del guaraní en la Guerra del 70. Los periódicos lo utilizaron para unir a las tropas en el amor y defensa a la patria. También en la Guerra del Chaco prestó el mismo servicio.
Con estos y otros galardones, con tales reconocimientos desde los tiempos de la colonia ¿por qué, de vez en vez, sufría la tenaz persecución que intentaba borrarlo del alma nacional?
Como sea, la Constitución lo reconoce como idioma oficial. También cuenta con una Academia que lo cuida, mima, enaltece, estudia, difunde. Tenemos guaraní para rato.