Decía esto: “El panorama de los venezolanos sigue igual de dramático como cuando hace 20 años Hugo Chávez llegaba con sus ideas mesiánicas para salvar a su país y a la región con su mentada “revolución bolivariana” y su gran “descubrimiento”: el Socialismo del Siglo XXI. Y seguirá así (…) las atrocidades cometidas por su régimen, al final, dejan lecciones y desafíos para la ola conservadora actualmente gobernante, que no se puede permitir el fracaso, o bien la herencia será mucho peor”
Pasaron poco más de cinco años. A lo largo de estos se dio en Venezuela un fenómeno que se extiende por la región y como país no somos la excepción: la legitimación de la violencia política en todos los niveles que apunta a la polarización, generando una profunda división social. En el caso venezolano, la consecuente concesión de poder a las Fuerzas Armadas Bolivarianas sobre la sociedad civil –que es apenas un eslabón de todo lo que ostentan– agrava la situación.
El presidente Nicolás Maduro aprendió eso de su mentor Chávez, del que dijo alguna vez que se le presentó en forma de pajarito para dejarle un mensaje y en otra ocasión se le apareció en una montaña. Delirios de dictadores. Ya saben.
Se aseguró la lealtad de los altos mandos militares. Primero, separando a los que no se sometieron a los designios del chavismo y luego concederles dádivas a los alineados y adoctrinados oficiales y miembros del cuerpo militar. Controlan ingenios petroleros, de alimentos e insumos en general, así como complejos industriales. Sumados a los ministerios de Energía, Defensa, Relaciones Interiores y Comercio. El buen vivir para los altos mandos, escasez y hambre para los de menor rango y sus familias.
Actualmente “son siete (generales) y ahora el círculo es más cerrado por razones obvias”, me dice un colega desde Caracas con quien hablé hace un par de días y me cuenta además sobre el bloqueo informativo como extensión del control social y el miedo que va aplicando el régimen socialista luego de los comicios del domingo 28 de julio pasado, y denunciado como fraude por la alianza opositora.
El escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka –autor de “Patria o Muerte”– había lanzado en 2018 preguntas que hoy cobran más que nunca vigencia: “¿Qué haces con las armas? ¿qué haces con los militares? ¿cómo los devuelves a los cuarteles?”.
Chávez también encaminó su dictadura –solo que murió antes de verla (1954-2013)– golpeando a uno de los pilares de la democracia –la libertad de expresión– persiguiendo y hostigando a toda disidencia, al que piensa distinto. Censuró y cerró medios de comunicación críticos con su plan que generó (por persecución política, crisis económica, social y violación de Derechos Humanos), la mayor crisis migratoria en la región. Siete millones de venezolanos huyendo.
El “buen alumno” –Maduro– siguió su camino. “La libertad de expresión acá agoniza, y si no ha muerto es gracias a la tecnología y las redes sociales”, concluye el colega desde la capital venezolana.
En medio de ese transitar, el chavismo, ese nefasto legado de un exmilitar populista, ejecutó a la separación de poderes tomando el control absoluto de los cinco que rigen el Poder Público Nacional. El Legislativo fue el último en ser sometido. Hoy el equilibrio de poderes está muerto. Y se promueve el partido único.
Al final todo esto deja nuevas lecciones que “caen de Maduro” para los países aún en democracia: el peligro del copamiento de un Estado por parte de un sector –con poder fáctico detrás y que hace un guiño al chavismo– y mantener a las FF.AA. en los cuarteles, lejos de la administración pública. O bien, como en Venezuela, el retorno al mundo libre no será fácil.