En un proceso que no tuvo trasparencia desde el inicio, en el que se negó la participación de veedores internacionales que manifestaron posiciones en favor del respeto a las reglas del juego y delegaciones enteras fueron rechazadas, no puede sorprender que haya ocurrido lo que está ocurriendo. Si el gobierno del Sr. Maduro hubiese enseñado las actas el día siguiente a los comicios, estaríamos ante un Estado de Derecho, pero no, nos encontramos ante un sistema cuasi dictatorial centrado además en la figura de una persona y su entorno cercano.
Muy clara y tajante la posición de algunos países, que a través de sus gobiernos manifestaron abiertamente su desacuerdo con los resultados dados a conocer. Esta postura inicial posteriormente se afianzó en forma del desconocimiento oficial de las autoridades proclamadas. En otros casos, tenemos gobiernos que, por distintos motivos, guardan posiciones más cuidadosas, casi podríamos decir tibias, entre los que lastimosamente se cuenta el nuestro. Muchos intereses en juego parecerían hacerle un guiño a la complicidad, en un contexto en el que huelga decir que, a las enormes reservas de petróleo de Venezuela, se le suman la ayuda que posiblemente esté recibiendo de China, Irán y otros países.
Las tristes cifras de la maltrecha economía de un país con tantos recursos disponibles, a las que se suman los más de 8 millones de migrantes (20% de la población), que abandonó todo en los últimos años en busca de mejores oportunidades, deberían ser motivos suficientes para darse cuenta de que ese sistema no da más. Pero no es así. El sucesor del comandante Chávez, elegido a dedo por él mismo para continuar su proyecto de gobierno, parecería contar -a pesar de los pesares- con el apoyo de una proporción importante de la población venezolana.
Parte importantísima sin duda de este núcleo en torno a él lo constituyen las fuerzas armadas y grupos empresariales favorecidos por el régimen. Finalmente, negocios son negocios, y la plata hace bailar al mono. Lo que cuesta entender y en donde hay que hurgar más es en torno al culto a la personalidad del líder, que con su carisma bien caribe parecería tener hipnotizada a la población más humilde.
Este culto a la persona individualmente considerada, fue un concepto especialmente destacado por el líder soviético Nikita Jrushchov. Cuenta la historia que se refirió a este aspecto de sometimiento de las masas en un discurso ante el Congreso del Partido Comunista de la antigua Unión Soviética en el año 1956. Palabras más, palabras menos, refirió a la elevación a dimensiones casi religiosas o sagradas de los líderes carismáticos en la sociedad y la política.
No es un concepto nuevo: A lo largo de los siglos personajes así, tan amados como odiados, fueron investidos de tanta autoridad que llevaron a naciones enteras al desastre. Así tenemos a los Napoleones, Mussolinis y Adolfo Hitler, y aterrizando en el plano local al Mariscal López y Alfredo Stroessner. En torno al carisma especial de cada uno de ellos y en concordancia con los tiempos que se vivían, se crearon verdaderos mitos y leyendas… Todos por cierto acabaron de la misma forma, arrastrando consigo enormes pérdidas de vidas humanas.
Este fenómeno social, hay que decirlo, que se da tanto en sociedades mucho más “avanzadas” como en otras que venimos remando desde atrás ansiando llegar a serlo, es responsable de que ciertas personas estén por encima de las instituciones, y que a través de la validación que le dan las masas su poder se extienda a niveles inverosímiles.
¡Diosa! Se le grita a la modelo desfilando en una pasarela, o bien la gente se tatúa el rostro del goleador de su equipo en alguna parte del cuerpo, preferiblemente bien visible. Del mismo modo, pero en proporción y dimensiones infinitamente mayores, los líderes religiosos y políticos son objeto de un culto exacerbado a su personalidad. Es éste un fenómeno masivo acompañado de seguidismo, adulación y obediencia constantes, en el que el individuo en cuestión termina siendo erigido en amo absoluto de un movimiento u organización, que luego tiende a extenderse a países enteros, a veces hasta más.
Mientras tanto, el señor Maduro continúa abroquelado en su posición, amparado por algunos aliados -que los tiene- y las masas ignorantes y genuflexas que lo sostienen en su puesto. Muchos esperamos que esto termine de la mejor manera, para ese país, sus ciudadanos y América, un continente tan golpeado históricamente por estos Mesías temporales que cuesta demasiado creer que todavía no hayamos aprendido la lección.