De hecho, todos los medios que cubrieron la presentación del proyecto coincidieron en que el mismo deroga el desbloqueo de listas.
La de José me pareció la defensa más creativa del proyecto: Las máquinas de votación generan desconfianza en “mucha gente” y, por tanto, hay que volver a las papeletas.
Entre paréntesis, el argumento de “mucha gente” fue usado también por Ever, quien aludió a una encuesta realizada por un equipo suyo “y otras encuestadoras amigas”. Debo decir que nadie tiene cómo medir cuánta gente es “mucha” y, menos, cómo validar los resultados de encuestas cuyas fichas técnicas no son verificables.
El argumento de José se conecta maravillosamente con el de Ever: Si las máquinas de votación no son confiables para elecciones uninominales, tampoco lo son para las plurinominales. Derogar su uso para las elecciones uninominales conduce necesariamente a derogar el desbloqueo.
Las máquinas de votación “generan desconfianza” por lo que debemos volver al pasado de papel, aunque todos los grandes fraudes que jalonan nuestro tránsito a la democracia se hicieron con papeletas y actas manuales. Eso no les preocupa a Ever, ni a José, ni, supongo, a Celeste.
De hecho, una de las razones fácticas por las que adoptamos el sistema de máquinas de votación fue que eliminan de plano las actas manuales, base no solo de los mencionados fraudes, sino de la confusión peligrosa que trabó siempre el final feliz de los procesos electorales conducidos de ese modo.
En síntesis, las supuestas justificaciones de quienes presentaron este proyecto no resisten el menor análisis siquiera y, en realidad, su objetivo es el que evidenció Ever, derogar el desbloqueo, volver a las listas “sábana”.
Las listas “sábana” permitieron a los oligarcas y caciques de los grupos políticos decidir a dedo, con sus dedos, a quiénes iban a integrar el Congreso Nacional y las juntas departamentales y municipales durante los primeros treinta años de nuestra democracia.
Llenaron el Congreso y las juntas de profesores doctores supuestamente eminentes pero completamente serviles y el resto de los lugares los vendían al mejor postor para hacerse millonarios estos oligarcas y caciques.
La legislación surgida así es una patética confirmación de normas hechas a la medida de intereses particulares como los de las organizaciones no gubernamentales (ONG) que de ese modo ingresaron de contrabando a la gobernanza de nuestra República, por ejemplo.