El Congreso paraguayo es un microcosmos que refleja a escala nuestro país político. Un país en el que los brutos están donde debiera estar la gente que razona. Un país en el que los grandes salarios públicos están destinados a los hijos de los conmilitones del poder, mientras se hacen “concursos” para cargos que requieren formación académica, pero con salarios que dan pavor comparándolos con los de los nepobebés.
La pregunta recurrente cuando uno ve u oye a ciertos parlamentarios es: ¿cómo fue posible que estos seres terminaran en este sitio? Y uno piensa en las madres de estos “legisladores” y en la mamá de Peñaranda. Si ésta dijo lo que dijo de su hijo presidente de la República, qué no pudieran decir de sus hijos diputados o senadores las mamás paraguayas. Cómo estarán arrepintiéndose de no haberles enseñado por lo menos a utilizar alguna mínima cantidad de neuronas para elaborar una pulgada de pensamiento, una micra de raciocinio, una partícula de idea.
Lo peor en este Congreso es que sus componentes más toscos y brutos son los que menos sentido del ridículo tienen. No les importa exhibir su condición grotesca, su barullo estrafalario, con tal de cumplir con su bufonesca misión de defender los intereses y satisfacer los caprichos de quien les dicta lo que deben decir y hacer.
Esto quedó patentizado una vez más en la sesión última de Diputados algunos de cuyos miembros buscaban elevar mínimamente el impuesto al tabaco con el fin de destinar lo recaudado a la compra de medicamentos para enfermos de cáncer.
El pintoresco diputado Jatar Fernández, regalo de Payo al imperio del Quincho, se jactó de tener “un poco más de cerebro” que sus colegas, “porque no sé qué está pasando con ustedes, porque escucho estupideces nomás”. Lo dijo al rechazar el proyecto. Aquí cabe eso de “dime de qué te jactas y te diré de qué careces”. Jatar estaba enojado porque con más impuesto, el Patrón vendería menos humo, según la prédica que los voceros del cartismo repiten como consigna inalterable.
Otro honorable, de nombre Derlis Rodríguez, quien proclamó que “nuestra ley nos exime de que podamos cometer cualquier acto de nepotismo” (¿?), acusó a los proyectistas de “populistas”.
Jatar y Derlis, cerebros cartistas, no quieren más impuesto al tabaco. Pero falta plata para luchar contra el cáncer. ¿Y si creamos un impuesto a la ignorancia? En el Congreso, se recaudaría muy bien.
Y sería bueno tener presente, al elegir parlamentarios, lo que decía la mamá de aquel presidente, como nos lo recordaba Carlos Fuentes.