El 4 de enero de 1642, Carlos I de Inglaterra, acompañado por cuatrocientos soldados, irrumpe en el Parlamento inglés para disolverlo ante el hecho de que las propuestas de la cámara no le agradaban, apareciendo la figura de Oliver Cromwel quien consolida su poder convirtiéndose en el hombre a escuchar dentro del bando parlamentario al que pertenecía.
Con posterioridad el Parlamento, quien hizo prisionero al monarca, debatió sobre la forma de proceder contra este. Se formaron dos grupos; por un lado, el victorioso, dividido, incluso al margen de una potencial ruptura violenta; por el otro, el moderado que anhelaba apresurar la reposición del rey como única garantía de terminar con la inestabilidad reinante. El asunto fue sometido a votación en el Parlamento y ganaron los partidarios de pactar con el rey, lo que provocó un golpe de Estado encabezado por el coronel Thomas Pride quien ocupó la cámara del órgano legislativo apostándose en la entrada e impidiendo el acceso a aquellos parlamentarios que estaban en favor de negociar con el monarca materializándose una purga, eliminándose a aquellos miembros que eran hostiles a las intenciones de enjuiciar al Rey. Cuarenta y cinco diputados fueron detenidos y otros tantos declinaron retornar a la Cámara tutelada por los militares. Aquellos que persistieron ocupando sus escaños que fueron quienes acusaron al rey de traición desde un principio, o bien quienes habían defendido la negociación, pero firmaron un documento desdiciéndose de sus opiniones anteriores conformaron el llamado Rump Parliament, o «Parlamento rabadilla», porque así como la rabadilla es considerada una prolongación inútil de la columna vertebral, la nueva cámara estaba hecha de fragmentos, de lo que habían quedado tras la purga ejecutada por Thomas Pride, esto es, estaba formada por integrantes del partido puritano o por aquellos que aceptaron someterse al dominio del partido puritano. Los demás quedaban fuera.
Y esta previa y anecdótica introducción la hago en atención a la particular actuación de cierto sector, mayoritario, de los miembros del Congreso que responden al movimiento cartista, movimiento este conformado no solo por legisladores de las primeras horas de ese movimiento sino por retazos de otros partidos o movimientos cuyos integrantes se han desdicho de principios enarbolados durante la campaña electoral, siendo la característica de todos someterse al capricho e intereses sectarios si no por privilegios de dudosa legalidad.
En una democracia, el Parlamento debe ser una institución modélica en todos los sentidos. La imagen del Parlamento a los ojos del público es importante para la eficacia de la institución. Su importancia entre las instituciones del Estado y la seriedad que merecen la función que desempeña y sus parlamentarios influyen en la opinión de la sociedad. En nuestro medio, el Parlamento entró en descomposición como consecuencia de la imposición «a capa y espada» y al deseo de avasallar desde el dominio del Congreso por el sector cartista.
Las actuaciones de ese sector tales como la expulsión de la senadora Kattya González (PEN), violándose todo el proceso constitucional para ello, desoyendo criterios de connotados juristas y conocedores de lo que es el constitucionalismo, la amenaza de enjuiciar a jueces por emitir resoluciones que afectan a ciertos legisladores o a fiscales a quienes dicen que ellos los pusieron y por ende pueden sacarlos, el apoyo a legisladores y actores políticos afines al cartismo sindicados si no acusados de ilícitos tales como narcotráfico, asociación criminal, lavado de dinero, malversación de fondos públicos, el nepotismo, acoso y violencia contra la mujer, proyectos de normas que facilitarían la prescripción de delitos contra el erario público, la intención de rifar tierras públicas, la arbitraria creencia de que el fuero es impunidad, son prueba palpable de que nuestro Parlamento es un Parlamento Rabadilla. Los legisladores afines al movimiento político cartista legislan y actúan en base al sometimiento y capricho de intereses sectarios que van contra los intereses de la Nación, del pueblo a quien deberían responder. Aplican aquello de que “entre bueyes no hay cornadas”. No es cosa desconocida el ego de algunos parlamentarios, el alarde de poder total e impunidad que son obstáculos para el buen funcionamiento del Congreso convirtiendo a este en un hazmerreír público y aviva la preocupación y la desconfianza hacia los parlamentarios.
De una vez por todas, el representante debe deliberar y actuar con independencia y según su libre juicio en el interés general de la nación y esto así debe ser porque la legislación y el gobierno son cuestiones de juicio y de razón al alcance únicamente de la altura moral y formativa de los elegidos. Hoy, los intereses de los electores se ven traicionados por el Parlamento como órgano esencial de la representación. Han perdido su libertad de actuación quedando sometidos al interés y disciplina del partido o del cacique con billetera llena, lo que distorsiona el esquema representativo liberal.
“Ustedes se han sentado durante demasiado tiempo sin utilidad alguna en tiempos recientes... yo digo que deben irse; y que nos liberemos de ustedes. En nombre de Dios, ¡váyanse! Ustedes no son un Parlamento”. (Oliver Cronmwel).