Debido a la trágica muerte del mariscal José Félix Estigarribia, el 7 de setiembre de 1940, su ministro de Defensa, general Higinio Morínigo, fue elegido por los altos mandos militares para ejercer la presidencia de la República en la creencia de que se desprenderían de él en cualquier momento. Pronto Morínigo les ganó de mano y se desprendió de ellos. No contaron con su endiablada astucia para esquivar problemas aunque sea para meterse en otros de donde volvería a salir. Si no podía vencer al enemigo se aliaba a él a la espera de hacerle pisar en falso y empujarle al barranco.
Morínigo era enemigo de los partidos políticos tradicionales. Nada de liberales ni de colorados. Al Partido Liberal quiso hacerle desaparecer con un decreto prohibiendo su actividad en todos los órdenes. Sin decreto, igual hizo con el Partido Comunista y el Partido Febrerista. Se amparó en la Carta Política de 1940, también en el decreto de marzo de ese mismo año firmado por Estigarribia. Se prohibieron, durante la tregua política, la libertad de prensa, “las asambleas y mítines en lugares públicos y locales cerrados”. El incumplimiento tenía el castigo del confinamiento, suspensión o clausura del diario o publicación, secuestro de la edición y multas.
Esta opresión llevaba ya seis años con el agravante de que el gobierno se dejaba manejar -por instinto de conservación- por poderosos militares conocidos como “los cuatro de Caballerìa” o “los nazifascistas” al frente de los cuales se encontraba el coronel Victoriano Benítez Vera, comandante de la División de Caballería. La oficialidad joven de esta Unidad, acompañada por una opinión pública mayoritaria, se mostraba cada vez más crítica -con la prudencia del caso- acerca de la actitud de sus jefes en su apoyo a Morínigo, que no expresaba ninguna posibilidad de democratizar el país. Cuando las presiones internas y externas se hacían sentir con fuerza, el Presidente prometía la esperaba Convención Nacional Constituyente.
Fue así que se llegó a la fría madrugada del 9 de junio de 1946 con la destitución violenta de “los cuatro de caballería”. Sin apoyo militar ni cívico, Morínigo estaba dispuesto a conceder lo que se le pidiese toda vez que le dejen ocupar su amado sillón presidencial. Aceptó -de malas ganas- conformar su gabinete con tres militares, tres representantes del coloradismo y tres de los febreristas. Nació el “Gobierno de Coalición”. Por sus rápidos efectos, se conoció como La Primavera Democrática. La ciudadanía recuperó las libertades básicas con ruidosas manifestaciones en las calles, protestas, reclamos, más una prensa libre y el regreso de los exiliados. Los enemigos de Morínigo, que eran muchos, tuvieron al fin la ocasión de expresarle, públicamente, sus sentimientos nada cordiales.
Dos partidos políticos que se odiaban, más los militares que no andarían con vueltas, no caminarían tomados de la mano por mucho tiempo. Y saltó la ocasión, a los seis meses primaverales: un nuevo ministerio. Colorados y Febreristas querían para sí esa manzana. Ninguno de los partidos estaba dispuesto a ceder. Morínigo se inclinó hacia los colorados y los febreristas salieron del gobierno. En su cumpleaños, 11 de enero, Morínigo recibió el regalo de su vida. Reunió en Mburuvicha Roga a los altos jefes militares para decidir qué rumbo darle a su gobierno. Se optó por los militares con el compromiso de realizar la Convenciòn Nacional Constituyente. Quedó para el lunes 13 la siguiente reunión. Ya no fue posible. Morínigo le entregó el poder al Partido Colorado con una consecuencia nefasta: La revolución de 1947. Tuvo otro efecto: los colorados le tumbaron a Morínigo del 3 de junio de 1948.