En su carácter de comandante de las FF.AA., Santiago Peña, ordenó que los militares intervengan en la seguridad interna de los departamentos de Itapúa, Misiones y Ñeembucú, ante presencia de grupos criminales con alto poder de fuego.
Hay que sincerarse y decir que las FF.AA. hace rato vienen cumpliendo diversos roles en favor de la ciudadanía (rescates aeromédicos, servicios de emergencia, etc.). Sin embargo, la militarización desnaturaliza la misión de las FF.AA. y pone en tela de juicio la imagen país y la operativa castrense. Meses atrás las FF.AA. habían recuperado la dignidad cuando se ordenó que dejaran de actuar como guardias de entes bancarios, hecho para el que constitucionalmente no estaban habilitados y menos para actuar en casos de “flagrancia”.
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Pero el actual curso de los hechos nos dice que la Policía Nacional -que tiene mayor presupuesto y efectivos que las FF.AA.-, o está sobrepasada, o no cuenta con la preparación adecuada o, de última, no tiene la voluntad de cumplir de manera eficiente con los desafíos de su trabajo: velar por la seguridad. Por otra parte, el uso de las FF.AA. en áreas comunes con el propósito de controlar y mantener el orden, es un enfoque cada vez más común en diversas partes del mundo. Sin embargo, que sea común no implica que sea lo correcto.
Este tipo de prácticas erosiona los principios democráticos fundamentales. Como están las cosas en el Norte, y ahora en el Sur del país, casi la mitad de nuestro territorio está viviendo virtualmente en estado de sitio con una policía sobrepasada y unas FF.AA. desnaturalizadas y una democracia debilitada que sucumbe ante prácticas totalitarias como salida rápida ante riesgos sin planes serios de contingencia.
* Marta Escurra posee un doctorado en Defensa Desarrollo y Seguridad Estratégica