No hay poder al que no le llegue la caída

El 3 de febrero de 1989, hace 35 años, entró en su ocaso definitivo el paraguayo más poderoso del siglo XX: Alfredo Stroessner. Detenido en el Primer Cuerpo de Ejército, que el común de la gente conocía como la Caballería, tras el golpe a cañonazos que acabó con su régimen, recibió la información: sería desterrado. Mismo destino que él marcó para tantos compatriotas. Era la caída final. Demostración cabal de que no hay poder inacabable. Una lección que deben capitalizar quienes se creen intocables a perpetuidad.

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Tras nerviosas gestiones y luego de una negativa del chileno Pinochet a recibirlo en carácter de exiliado, Stroessner halló acogida en el Brasil. Al mediodía del domingo 5 de febrero de 1989, un vehículo de la Embajada brasileña, en cuyo asiento posterior viajaba el embajador Manoel Soares Carbonar, ingresó a la sede de la mencionada unidad militar. Allí lo abordó Stroessner para trasladarse al aeropuerto. A las 15:50, acompañado de su hijo Gustavo, su nuera María Eugenia Heikel, el doctor Rodney Elpidio Acevedo (miembro del gobierno antiguo que entonces viajó en representación del gobierno nuevo), el ministro consejero de la Embajada brasileña, Virgilio Mortzhon, y seis custodios, Stroessner dejaba “su” país.

En la terraza de la terminal aérea varias personas gritaban consignas contra el derrocado. Agitaban banderas prohibidas hasta hacía días. Era un hito histórico: el fin de la dictadura más larga en el Paraguay.

¿Qué vendría después? Ésa era otra cuestión. La del momento se reducía a liquidar las raíces de un país agotado, enarbolar nuevos emblemas y demostrar que el Paraguay podía perdurar después de Stroessner.

Era como rebatir el mito que implantó el estronismo en la mente de tantos paraguayos: sin Stroessner, el Paraguay desaparecerá.

El Boeing 707 de Líneas Aéreas Paraguayas despegó del aeropuerto en el que el nombre de Stroessner había sido esculpido como símbolo de la llave de la República. Durante décadas su voluntad determinó quién podía quedarse en el país y quién debía irse. Ahora quien se iba contra su voluntad era él, el último supremo.

En 1989 el Paraguay entró por primera vez en una experiencia democrática. Nunca antes había tenido democracia, fuera de alguna etapa de desahogo que terminaba luego en violencia y muerte.

Aquí hubo siempre corrupción. Pero Stroessner la sistematizó y sembró la semilla de lo que hoy es el Paraguay en términos de pobreza, mediocridad, ignorancia y la perversa concepción de que los bienes del Estado se pueden robar impunemente porque “somos mayoría”.

Y los políticos, desde 1989 al presente, hicieron todo para tener la reputación que hoy tienen. La gente los señala como sinvergüenzas potenciales o confirmados. A tal punto que, por ejemplo, una buena parte de la República no cree en la buena intención del proyecto Hambre Cero.

Hoy hay un poder que está copando todo nuevamente. Pero, ¡ojo!, el poder dura hasta su inexorable caída. Stroessner, el paraguayo más poderoso del siglo XX, lo entendió tarde.

nerifarina@gmail.com

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