En nuestro país, desde la caída de la dictadura stronista, en 1989 y más específicamente desde 1993, con la vigencia de la nueva Constitución y padrones electorales más o menos fiables, el Partido Colorado se impuso casi metódicamente en cada elección, a excepción del periodo 2008-2013, en el que puede decirse que una alianza opositora gobernó en vez de los colorados.
A partir de 2013 y hasta ahora, se volvió a lo mismo: una hegemonía ininterrumpida de los colorados en la administración del país.
Existe una discusión respecto a si realmente la mayoría de la población es colorada porque, objetivamente, en las elecciones resulta que quienes no votan al candidato colorado son más en número de quienes sí lo hacen.
No obstante, la hegemonía política partidaria de los colorados es aplastante y eso se ve en el mapa político de intendentes, gobernadores, concejales y, sobre todo, en cuanto a la composición del funcionariado público de todo el país.
Sobre el tema de la alternancia, se ha dicho muchas veces que el Partido Colorado es al mismo tiempo oficialismo y oposición en cada periodo y esto es algo que también hemos podido ver en la práctica a lo largo de los años.
“Grosso modo” puede decirse que entre los dirigentes del Partido Colorado casi siempre hubo, incluyendo los últimos tiempos de la dictadura (“militantes” y “tradicionalistas”), una facción decididamente autoritaria y otra un tanto más institucionalista.
En la etapa democrática, inaugurada con la nueva Constitución, se reprodujo esta situación con la aparición de un sector colorado notoriamente autoritario: el Unace u oviedismo y, por el otro lado lo que genéricamente se dio en llamar en ese entonces wasmosismo.
Luego de los sucesos del marzo paraguayo y tras el desastroso gobierno de Luis González Macchi (1999-2002), el Partido Colorado parecía entrar con Nicanor Duarte Frutos en un periodo más institucionalista, pero la derrota electoral de 2008 motivó una grave crisis partidaria que desembocó en la aparición de un nuevo sector autoritario y anti-institucional: el cartismo.
En 2018 pareció que los colorados hacían a un lado al cartismo, pero el enorme poder económico que corrompió aun más de lo que estaba a la dirigencia colorada y la ausencia del contrapeso de un liderazgo genuino colorado del otro sector, fortaleció nuevamente el ala autoritaria que utilizó en 2023 una figura de fachada joven y moderna para volver a capturar el poder.
La “alternancia” mencionada se dio nuevamente entre las facciones coloradas. Sin embargo, el riesgo de que a partir de ahora el autoritarismo se apodere por un tiempo largo del poder político en la República es una posibilidad real, por los pasos que van dando en pos de un copamiento institucional, particularmente en el Poder Judicial, que le asegure impunidad.
Solamente una ciudadanía crítica, atenta y movilizada junto a organizaciones civiles decididas y tal vez un resurgimiento del sector colorado institucionalista podrá constituirse en un freno a ese peligro autoritario.