Como magníficamente los describe el cantautor Joan Manel Serrat, en su “Fiesta”, gentes de cien mil raleas se encuentran peregrinando hacia un punto de encuentro común. Algunos por devoción, otros porque es “políticamente correcto”, no faltan los que aprovechan para una caminata colectiva al aire libre, los que van por simple instinto gregario, y quienes lo hacen por negocios.
Parafraseando a Serrat, gentes de cien mil raleas; el noble y el villano, el prohombre y el gusano, rezan y se dan la mano sin importarles la facha.
Respecto de este acontecimiento religioso, social, político y cultural que paraliza el país cada ocho de diciembre, el cardenal Cristóbal López, sacerdote salesiano español, nacionalizado paraguayo, quien durante dos décadas trabajó con jóvenes en nuestro país, en declaraciones a radio Ñandutí decía, palabras más, palabras menos, que peregrinar a Caacupé y seguir siendo corrupto y cometer actos de corrupción, no tiene sentido.
“Peregrinar a Caacupé -le agrego Itacuá- y no comprometerse cada uno dentro de sus posibilidades para mejorarlo, no tiene sentido. Si ese millón de personas que van a Caacupé volviesen comprometidos a hacer un país mejor, más justo, más fraterno, verdaderamente tendría sentido la peregrinación”, decía el religioso.
De nada sirve ir a orar, tomados de la mano, llorar emocionados, exteriorizar buenas intenciones, si volvemos y seguimos siendo los mismos corruptos, los mismos contrabandistas, chicaneros, planilleros en algún ente público; el político que roba y miente, el mal vecino que tira su basura a la calle o no limpia su patio, el empleador que mal paga a sus trabajadores, el traficante que destruye vidas jóvenes y el policía que le protege con la vista gorda de jueces y fiscales... Y la lista puede seguir, interminable.
Cumplido el ritual de “expiación”, regresamos a nuestro cotidiano transcurrir, como dice el genial Serrat: “... con la resaca a cuestas, vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza, y el señor cura a sus misas”.