Este año dos de los premiados, el escritor japonés Haruki Murakami y la actriz estadounidense Meryl Streep (ambos de 74 años) fueron recibidos en Oviedo como auténticas estrellas. No era de extrañar en el caso de Streep, reina indiscutible de Hollywood con tres Oscar en su haber. Es la más consagrada de las actrices por su versatilidad a la hora de meterse en la piel de cualquier personaje con todas sus particulares idiosincrasias.
Lejos de ser una diva inaccesible, la protagonista de La decisión de Sofía, Los puentes de Madison o El diablo viste de Prada (tres registros de drama, romance y comedia que domina a la perfección), cautivó a un público entregado por su simpatía y su elocuencia. En una distendida conversación con Antonio Banderas, con quien ha compartido elenco en La casa de los espíritus y La lavandería, explicó en un recinto ante 2000 personas que para ella “hacer teatro es como esculpir en la nieve”. Basta con ver su filmografía para comprobar que ahonda en cada papel como el escultor que con su cincel le da forma y vida a la pieza.
Si Meryl Streep sedujo a propios y extraños en una ciudad que una vez al año se rinde a figuras de renombre, no se quedó atrás Murakami, el autor japonés de mayor proyección internacional. Sus novelas, que entroncan con el realismo mágico y poseen un estilo muy personal que parece discurrir en un estado de hipnótico sueño, están traducidas en el mundo entero.
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En otro teatro igualmente lleno hasta la bandera con un público compuesto por clubes de lectores (la mayoría mujeres), el escritor nipón, que tiene fama de ser muy reservado, dejó a un lado la timidez y respondió a las preguntas que tenían sus admiradores sobre su obra y sus aficiones.
Para el autor de Tokio blues o Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, dos de sus obras más conocidas, escribir es como habitar una casa en la que hay que descender hasta el segundo sótano de la conciencia. Sus libros son la demostración de que lo consigue con una narración en la que el lector entra en trance en un mundo muy particular, donde aparentemente no sucede nada extraordinario cuando en verdad todo lo que acontece lo es.
Si Meryl Streep cuenta en su país con una legión de fans –salvo excepciones como el ex presidente Donald Trump, quien ha llegado a decir que es una actriz sobrevalorada– en Japón no han faltado los críticos de Murakami, a quien le reprochan hacer una literatura con temas occidentales y muy alejada de las tradiciones japonesas.
Desde muy joven este eterno candidato al Premio Nobel de Literatura fue un amante de la cultura americana. Es un admirador de Raymond Chandler, Ernest Hemingway, Raymond Carver o John Irving. También de Dostoievski, Kafka y latinoamericanos universales como García Márquez y Vargas Llosa. Contraviniendo lo que sus padres esperaban de él, no siguió los pasos del mundo corporativo, sino que durante años regentó un club de jazz en Tokio y, según relata, no pensó nunca en ser escritor hasta que un día tuvo una epifanía en un estadio de béisbol (una de sus pasiones) en la capital nipona.
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En ese instante pensó que podría escribir una novela. Desde entonces ha publicado más de una veintena de libros. Menudo y fibroso, Murakami es un consumado corredor de maratones. Correr para él no sólo es un ejercicio físico, sino también lo que lo ayuda en el proceso de la escritura que, asegura, es una actividad que conlleva un gran desgaste físico porque “pensamos con todo el cuerpo”.
Se podría decir de Meryl Streep y de Haruki Murakami que, en efecto, se actúa y se escribe con todo el cuerpo. Ambos tienen ese don, que, por una parte, es misterioso y por otra, sólo se logra por medio del esfuerzo y la disciplina. Los ovetenses han tenido la oportunidad de disfrutar de dos clases magistrales. Dos Maestros que cada día esculpen en la nieve y bajan sin miedo al sótano más profundo de la conciencia. [©FIRMAS PRESS]