El ataque contra el auto

En el año 2000, la Comisión Europea, el poder ejecutivo de la Unión Europea, inauguró lo que pretensiosamente denominó “el día mundial sin automóvil”, con el aliento, cuándo no, de World Wild Fund (WWF) y Greenpeace, dos conocidas organizaciones no gubernamentales (ONG) que tienen influencia decisiva en el ejecutivo europeo y que se articulan en el Foro Económico Mundial (FEM).

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Desde ese entonces la extensa red de ONG global del FEM impulsa en todos los países el reconocimiento de esa fecha y en nuestro país cuenta, además, con la decidida complicidad de instituciones públicas como la Comisión Nacional de Defensa de los Recursos Naturales (CONADERNA) que, a su vez, ejerce, al servicio de las ONG que la secundan, escondida influencia en demasiadas acciones del Congreso Nacional.

El combate al automóvil (el auto y la moto) se viene desarrollando, pues, desde hace más de veinte años, con la idea de imponernos su abandono y su reemplazo por el transporte público y la tracción humana. Y es alimentado por millones de dólares.

Surge de una teoría que adquirió carácter de dogma de fe: La de que la acción humana es la culpable del cambio climático, dogma que se esgrime en numerosos otros campos (créditos de carbono, banca sostenible, desindustrialización, etc.) para imputarnos una culpa colectiva, como el cristianismo con el pecado original, por la que debemos pagar aunque seamos buenas personas.

Nuestro planeta, la Tierra, tiene unos cuatro mil quinientos millones de años, durante los cuales su clima se modificó, para arriba y para abajo, en forma permanente y, a veces, en forma muy radical. Los seres humanos capaces de modificar el entorno no tenemos más de veinte o treinta mil años y con capacidad industrial, no tenemos más de doscientos cincuenta años.

O sea, el hecho es que durante unos cuatro mil cuatrocientos noventa y nueve millones novecientos setenta mil años el clima de nuestra Tierra ha cambiado, para arriba y para abajo sin la más mínima intervención humana.

La Comisión Europea y el FEM, sin embargo, han impuesto la más descarnada censura sobre los científicos que cuestionan el dogma climático, aunque hay cada vez más voces en la ciencia que comprueban el ridículo de los axiomas de esta nueva religión inquisitorial.

Con el totalitario artículo 34 de su ley de Servicios Digitales simplemente están impidiendo que los pueblos de Europa conozcan los verdaderos términos del debate y con los sirvientes paraguayos de sus ONG pretenden hacer creer que es verdad que los seres humanos debemos ser erradicados para que el planeta sea “verde”.

Y mientras logran ese monstruoso propósito, pretenden encerrarnos en las distancias que podemos recorrer a pie, sin auto, como el emperador Diocleciano a los romanos, a los que prohibió salir de sus fincas para siempre.

evp@abc.com.py

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