La dimensión ética en política

Estamos a las puertas del inicio de un nuevo periodo de gobierno, en el que asumirá un nuevo presidente de la República y gobernadores departamentales. Es un acontecimiento de significación en términos de formalidad democrática, y motivador, porque un cambio siempre trae aparejado esperanza y expectativas de mejorar la realidad que nos afecta.

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Sin embargo, mirando la constelación de actores que nuevamente ocupan espacios en el escenario del poder, muchos de ellos con precaria vocación democrática, o salpicados de corrupción, el panorama se presenta algo pesimista y eso de que “vamos a estar mejor” se diluye como humo.

Lo más probable es que “sigan estando mejor” aquellos que ya lo están. Los que viven prendidos a las tetas del Estado, los agraciados con los negocios públicos, los contrabandistas y traficantes de alto vuelo.

El pueblo llano seguirá remando en las turbulentas aguas de la precariedad de toda laya, de la inseguridad, rogando no toparse con algún motochorro o polibandi, sobreviviendo como puede, sin educación gratuita y de calidad, sin salud pública eficiente y gratuita, y sin muchas esperanzas de la esperada mejoría.

La reflexión viene a cuento porque días atrás el gobernador electo de Itapúa, Javier Pereira, visitó el Hospital Pediátrico Municipal (HPM), y lanzó la esperanzadora promesa de que su gobierno apoyará decididamente a esta institución sanitaria a la que tanto el Gobierno nacional como el departamental dieron la espalda durante los últimos siete u ocho años.

Por una cuestión de revanchismo político, haciendo gala de una mezquindad sin parangón, desde el poder central y sus satélites en la Gobernación “ningunearon” a un centro sanitario al que acuden niños de todos los rincones de Itapúa y algunos departamentos vecinos.

Ese ninguneo fue acompañado con el silencio cómplice de nuestros parlamentarios, que no dijeron ni “mu” ante tamaña demostración de miserabilidad política, salvo algún reclamo del exdiputado liberal Fernando Oreggioni.

Esta situación revela una carencia de sentido ético de quienes profesan la política desprovistos del sentido altruista que debe motivar una actividad inherente a toda sociedad organizada. Si nuestro país chapotea sin solución de continuidad en el fango de la corrupción, es precisamente por esta falencia.

Esperemos que la administración que asumirá el 15 de agosto revea esta inicua situación que no hace sino castigar a familias paraguayas que nada tienen que ver en las disputas de las “elites” políticas.

jaroa@abc.com.py

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