Lealtades eran las de antes (2)

Durante la alborotada semana política-legislativa pasada, pudimos observar –en algunos casos con cierta sorpresa, en otros con indignación y en un par hasta con una sensación parecida al asco- a varios diputados y senadores que, en una suerte de juego de la rayuela se pasaron de un cuadro al otro, saltando y cambiando de bando sin el menor pudor y dando -cuando consultados- todo tipo de explicaciones, una más inverosímil que la otra, al punto que hasta quedamos agradecidos con aquéllos que tuvieron el buen gusto de abstenerse de explicar su conducta.

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¡Sí, juro!” exclamaron con los pechos henchidos de orgullo ante el compromiso implícito en aquello de “Dios, la Patria y el Pueblo Paraguayo se lo demanden”, pero la verdad es como que nos resistimos a creerles del todo. Entre otros motivos, tenemos muy presente que solo un par de meses atrás, no solo defendían exultantes y rabiosos las posturas de sus movimientos y partidos, sino que denostaban sin piedad contra los oponentes, de su propia agrupación y ni qué decir de la oposición.

Lealtades bien guardadas en el cajón del fondo: Hoy vemos a esos mismos personajes acercarse sumisos al tambo que tanto criticaban, algunos esgrimiendo grandilocuentes argumentos de variado tipo, otros calladitos nomás, y los peores entre todos –a mi humilde entender- aquéllos que provienen de facciones absolutamente radicalizadas, opuestas diametralmente al partido en el poder que, apenas alcanzado un curul gracias a votos de gente engañada en su buena fue, ya se dedican a negociar su raquítico pero productivo voto.

Aunque lejos de acercarse siquiera al concepto puro de la lealtad entendida como el “sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales y a los compromisos asumidos hacia algo o alguien”, no nos llaman demasiado la atención los cambios de “grupo o bancada” dentro del mismo partido político. Finalmente, vendría a ser como cambiar de puesto dentro de un equipo de fútbol, no mucho más. Sí ya son más llamativos los “opositores” (diría un conocido “¿de qué hablás?, en Paraguay no existe la oposición”) que se alejan de su rebaño natural y promesas electorales apoyando al movimiento oficialista, terminando por validar totalmente el comentario irónico acerca de una oposición que está en terapia intensiva en el Paraguay. Y encima con pronóstico reservado.

Sobre lealtades en la literatura: El fiel escudero Sancho Panza no acompañó al Quijote precisamente por amor a la poesía castellana. Además de sentir, claro está, una gran admiración por el flacucho paladín justiciero, este último le había prometido en su momento la gobernación de una provincia para que lo acompañara en su cruzada. Cosa que por cierto cumplió, y se terminó dando al menos por un par de días, en los que Sancho gobernó con benevolencia Barataria, provincia tan imaginaria como los gigantes contra los que combatió su amo. Pero nada desmiente que durante el largo trajinar por tierras andaluzas, el escudero fuera siempre leal a su patrón, al margen quizás de la licencia que se permitió de contradecirlo en un par de ocasiones.

Y sin duda alguna, el libro entre los libros nos aporta varios ejemplos acerca de la lealtad, incluso llevada hasta los extremos de sacrificio, entre los que destaca la opción de los doce que obedecieron a las palabras “ve y vende cuanto tienes y da a los pobres… niégate a ti mismo y sígueme”. Lealtades sublimes que inspiran, tanto por aquellos que viven y manifiestan esa virtud como así también por los ideales o personas que son privilegiadas y comprometidas con ella.

Lejísimo estamos de las Residentas, que sacrificaron todo para apoyar de alguna forma a los restos del malogrado ejército paraguayo, o de los 35 mil que perecieron, mordiendo literalmente el polvo en el salvaje Chaco. Ejemplos sobran, pero es mucho más fácil hablar de ellos que emularlos.

Tampoco está escrito en ninguna parte que estas cosas inspiren a todos, ni tampoco de igual forma. Y es así que, quizás por la actitud después de la derrota de su otrora líder, o tal vez por quedarle enorme el puesto para el cual fue electa aún antes de ocuparlo, la senadora Zenaida Delgado decidió abandonar el movimiento mediante el cual llegó a ser electa (y dio con esto al traste a quienes la eligieron). Por alguna analogía rara, parecería que podemos escuchar el tintineo de 30 monedas, pero ese sonido difuso se perderá en seguida en medio de tanto ruido y falta de coherencia mediática.

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