Frente a la tentación del dinero y promesas tentadoras hay que tener un espíritu muy sano para no ceder a la presión. No importa que se milite en la minoría con tal de salvar la honra. ¿Honra? Una palabra cuyo significado muchos políticos no lo sabrían si no tuviesen el diccionario a mano.
Entre tantos malos ejemplos, se destacan como los mejores y necesarios quienes se niegan a vivir de rodillas. Nuestro país necesita de autoridades que sostengan sus ideales con firmeza. Aquellas que se dejan llevan por el viento a favor, solo por conveniencia personal, son innecesarias y perjudiciales.
El Paraguay saldrá de su postración cuando más políticos se respeten a sí mismos y a sus electores que confiaron en ellos; cuando dejen de ser meras mercancías en oferta o en disposición de trueque permanente.
Decía el afamado escritor inglés, Oscar Wilde, que la única forma de vencer la tentación es cediendo a ella. Es así como muchos parlamentarios vencen la tentación de ser oficialistas luego de presentarse como opositores.
La llanura es un sitio incómodo para vivir. Es húmeda, con poca ventilación y solitaria. Pero estar en ella no es un sacrificio cuando el precio es la honra, por eso tiene pocos pobladores. Pero estos pocos son los que dan lustre a la República. Sobre sus hombros descansan las instituciones democráticas que, irónicamente, dan amparo a quienes las debilitan y avergüenzan.
En su aplaudido libro, “Perfiles de coraje”, John F. Kennedy trata de “La irrenunciable vocación democrática de los hombres que luchan sin tregua ni concesiones contra la flaqueza de la injusticia y la prebenda de los poderosos”. Estudia el perfil de ocho senadores norteamericanos que soportaron con entereza las críticas a sus gestiones. Estas buscaban servir a la patria a partir de sus principios éticos.
En el último capítulo, “Significado del valor”, Kennedy escribe: “...¿qué motivó que los estadistas mencionados en las páginas precedentes actuaran en la forma en que lo hicieron? (...) la necesidad de cada uno de ellos de mantener su propio respeto para consigo mismo era más importante que su popularidad con los demás, porque su deseo de adquirir o mantener una reputación de integridad y coraje fue más fuerte que su deseo de mantener su cargo; porque su conciencia, su norma ética personal, su integridad o moralidad era más fuerte que las presiones de la pública condenación”.
Hay que tener mucho coraje para sostener la integridad frente a quienes no la tienen o la han perdido si alguna vez la tuvieron. Hablo de coraje, no de sacrificio. Sostener la honra ante el asalto inmisericorde de los deshonestos eleva al político por encima de todas las miserias que le rodean. ¿No se siente rodeada esa minoría parlamentaria hostigada sin descanso por una mayoría vocinglera, sin escrúpulos para alquilarse al patrón de turno?
Kennedy, en su libro, le cita al senador John Q. Adams: “...imploro a ese Espíritu de quien desciende todo bien y gracia perfecta, que me haga capaz de rendir un servicio esencial a mi país, y que en mi vida pública no pueda yo ser nunca gobernado por cualquier otro pensamiento que no sea el de mi deber”.
Es posible que algunos de los legisladores, con los que el cielo nos ha castigado, también imploren a Dios que les haga capaces de “rendir un servicio esencial” al patrón. Son todas las aspiraciones que tienen.