Confesiones en la imperial Embajada

El embajador estadounidense, Marc Ostfield mencionó en estos días “una parte de nuestra historia compartida, una parte reprochable que muchos preferirían olvidar”, aludiendo a que “durante los años 70 y 80, hemos contribuido a injusticias en Paraguay”. La confesión deja bastante para razonar. Hay cosas difíciles de olvidar.

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Desde el inicio de su gobierno, Alfredo Stroessner buscó una entrevista con el presidente estadounidense, Dwight David Eisenhower. La obtuvo, y la reunión se realizó en Panamá, el 23 de julio de 1956. El inicio de una relación que le posibilitaría a Stroessner consolidar su poder.

En 1956 el premier soviético, Nikita Kruschev, fortalecía su autoridad tras la terrible era stalinista y luego del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Kruschev, pese a condenar las atrocidades de Stalin, seguía siendo duro contra Estados Unidos. Ese año, también, los soviéticos aplastarían con crueldad los levantamientos anticomunistas en Polonia y Hungría.

Washington temía que el comunismo se extendiera a Sudamérica, y el Paraguay, país pobre y subdesarrollado enclavado entre el Brasil y la Argentina, podía ser blanco de una incursión soviética. Stroessner sabía del temor norteamericano y fortaleció su discurso anticomunista. Con esto, abría las manos a las dádivas del Norte, que redondearon cifras importantes para aquella época.

En 1955 se promulgó la Ley 294 de Defensa de la Democracia, mediante la cual podía reprimirse cualquier manifestación popular contra el gobierno bajo el pretexto del combate al comunismo. Por dicha ley, la pertenencia “ostensible o secreta” de un individuo al Partido Comunista era delito.

Del dinero que ingresaba como ayuda norteamericana al Paraguay, sólo parte era destinada a obras. El resto se repartía entre los jerarcas políticos y militares. Los norteamericanos sabían de eso, pero priorizaban el anticomunismo rabioso de Stroessner. Los rojos no entrarían mientras los colorados mandaran. El Único Líder, por su parte, miraba indolente a sus cortesanos sumidos en una impúdica repartija de bienes públicos. Esto constituía lo que, tratando de acallar la voz de alguna famélica conciencia, se denominaba El precio de la paz.

Con el derrumbe soviético a inicios de los 90, el temor al comunismo varió hacia otros temores: narcotráfico, lavado de dinero, corrupción. EUA dio vía libre al derrocamiento de Stroessner. El comunismo ya no era un peligro y Stroessner era ya un estorbo para la nueva imagen que quería dar Washington.

Pero ya estaba el daño que se había hecho a tantos perseguidos políticos etiquetados todos como comunistas.

Últimamente USA quiso ser adalid de la “moralización” en el Paraguay utilizando “designaciones” y shows mediáticos cuyo efecto patético es hoy el dominio absoluto de la ANR en la escena política nacional.

La confesión de la Embajada llega algo tarde. Nuestra relación no debe basarse en exhibicionismos ni en decisiones erráticas con efectos deplorables para nuestro país. Admiro cosas de USA, soy Ciudadano Honorario de Hartford, capital de Connecticut. Pero las actitudes imperiales están fuera de tiempo, como también lo están las actitudes sumisas de nuestra parte.

nerifarina@gmail.com

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