En cuestión de horas se informó de que Rusia estaba al borde una guerra civil para luego anunciar que las tropas levantiscas de Prigozhin, dirigente de la organización paramilitar Wagner, se habían retirado y se replegaban a Bielorrusia.
Putin, antiguo general de la KGB y hombre fuerte en el poder desde más de dos décadas, había recurrido a los servicios del jefe de los Wagner para que su ejército, compuesto por unos 25 mil mercenarios, hiciera parte del trabajo sucio en la invasión a Ucrania.
Era lógico que el gobernante ruso pensara en Prigozhin para cometer barbaries. Este último había pasado por la cárcel y tras ser excarcelado ascendió rápidamente vendiendo perros calientes. El espíritu frío y sanguinario de ambos los unió y el ex convicto llegó a ser conocido como el “chef” de Putin. Era el hombre perfecto para llevarle en bandeja las cabezas de sus enemigos.
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El problema que suele surgir entre socios desalmados es que, cuando cambian las tornas, se apuñalan sin más porque son inmunes a los códigos éticos. A fin de cuentas, desde el Kremlin Putin manda a sus esbirros a eliminar adversarios con polonio y otros agentes químicos letales.
En cuanto a Prigozhin, más que un chef es un carnicero en toda regla y los sátrapas de este mundo le pagan para que sus mercenarios aplasten a los desafectos. O para perpetrar golpes de estado. O, tal y como estipularon con el mandatario ruso, arrasar sin piedad en las ciudades de Ucrania.
Era cuestión de tiempo antes de que estos dos siniestros personajes chocaran. En los últimos meses Prigozhin manifestó su descontento a Moscú, por considerar que estaban desatendiendo a sus hombres en un frente de batalla que comparten con los soldados regulares rusos que han enviado a pelear en una guerra que se ha prolongado y en la que Rusia no acaba de imponerse militarmente. Recientemente distribuyó un vídeo en el que, iracundo, mostraba un supuesto ataque de fuerzas militares rusas contra un campamento de los Wagner.
El Kremlin desmintió la autenticidad del vídeo, pero Prigozhin insistió en que el que fuera un día su amigo pretendía acabar con él y sus mercenarios. Había llegado la hora de vengarse. Poco después, un batallón de los Wagner tomaba la ciudad rusa de Rostov y su dirigente aseguraba que el objetivo final del motín era llegar a Moscú.
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Ya es historia ese fin de semana convulso en el que todo lo que parecía que iba a suceder finalmente no ocurrió. Putin desapareció en esas horas de vacío de poder y Prigozhin parecía ser el hombre fuerte. Como si los papeles se hubieran cambiado y los rusos pasaban del control férreo de un déspota al de un caudillo con su propio ejército a sueldo. Pero el extraño guion se enrareció más cuando el cabecilla de los Wagner anunció que sus hombres se retiraban para “evitar” un baño de sangre.
En medio de la gran confusión el presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, se pronunció como el gran mediador que albergaría a los revoltosos Wagner. Si en un momento dado Putin juró que perseguiría a Prigozhin por “traición”, luego se desdijo, afirmando que se retirarían todos los cargos.
El pasado martes al fin Putin volvió a dar la cara como un jefe de estado en control de la situación, para asegurarle a sus mandos militares de que se había recuperado la normalidad. Era para él imprescindible premiar la “lealtad”, con el fin de evitar conatos de golpe de estado que puedan cocinarse desde las tripas de la cúpula mayor. Por eso su mensaje fue claro: los Wagner no eran nada más que mercenarios a los que el estado ruso, según Putin, les ha pagado hasta mil millones de dólares para cometer la carnicería en Ucrania. Era su manera de diferenciar a sus “honorables militares” de simples sicarios que matan por dinero.
Por mucho que Putin pretenda cambiar la narrativa de los hechos, es indudable que su mandato se ha visto sacudido y su maltrecha imagen sufre otro golpe.
En el ámbito internacional el presidente ucraniano Volodomir Zelenski sale reforzado mientras los antiguos cófrades se tiran a la yugular como dos perros de pelea. Putin y Prigozhin son tal para cual. Dos gánsteres unidos y desunidos por intereses de alcantarilla. Uno de los dos caerá en el laberinto por el que corretean. [©FIRMAS PRESS]