Con la reciente muerte del empresario y político italiano, Silvio Berlusconi, y la profusa publicación de sus actos fuera de los despachos oficiales, nos dice que no solo en dictadura el comportamiento de los poderosos es repudiable. El asalto al honor de las mujeres –si son niñas “mejor”- une a quienes salieron de las urnas o de las armas. La diferencia está en que a los primeros se los puede demandar ante la justicia y la opinión pública. No pasa lo mismo con los dictadores, militares o civiles, que se adueñan de la justicia y de la prensa.
De las barbaridades sexuales de Stroessner se hablaba en voz baja, a escondidas. Eran conocidas en capsulas, sin detalles, pero se comentaban. El origen del silencio estaba en las mismas víctimas, aterradas por el miedo y las amenazas a sus padres.
Andrés Colmán, con una rigurosa investigación nos pone al alcance de la mano, con voz alta y segura, un pasado reciente de horrores; tan reciente que las víctimas pueden contarlas hoy sin más límites que el dolor al recordarlo.
Hay capítulos del libro que nos hacen pensar cómo fue posible que sucedieran tantas salvajadas dentro de una pieza mientras afuera miles de voces exaltaban la “figura prócer” de Stroessner.
En el libro encontramos nombres de militares y civiles –que la opinión pública ya conocía- cuya actividad principal consistía en salir a la caza de niñas para satisfacer la voracidad de un dictador degenerado. Esta perversión –también nos cuenta Andrés- se extendió a otros sectores. Así la persecución despiadada a los campesinos organizados en las Ligas Agrarias que supuestamente procuraban destruir la “paz y tranquilidad de la República”. Mientras tanto, esa “paz” y “tranquilidad” eran pisoteadas en algún rancho donde crecía una niña que podría calmar el horrendo vicio del dictador.
Hay acontecimientos que hoy nos llenan de indignación no obstante haber pasado muchos años de haber acontecido. Tenemos, por caso, el capítulo III, “Una valiente rosa entre mil soldados”, la historia de una niña de 13 años, secuestrada de su hogar de la Compañía Isla Guavirá, de Nueva Italia, por el tenebroso coronel Pedro Julián Miers. La llevó a su quinta de Laurelty, San Lorenzo, donde la violó “con brutalidad, acabando su virginidad y su inocencia, dejándola su pequeño cuerpo llena de mordidas y moretones, además del alma y la conciencia con huellas de un horror que nunca acabaría por superar totalmente”. El hecho ocurrió el 4 de febrero de 1968. Estuvo en poder del militar por más de dos años. Se trata de Julia Ozorio Gamecho. Cuando pudo, se refugió en la Argentina. Relató en un libro –que se presentó en Asunción en julio de 2008- el tormento sufrido en su adolescencia en la citada quinta de Miers “un harén de niñas menores de edad, esclavitas sexuales para su goce personal y la de otros del régimen, incluido el propio dictador, general Alfredo Stroessner”.
Más caso, de muchos, es el protagonizado por otro “ilustre” personaje de la dictadura, Popol Perrier. Su nombre era muy conocido por la opinión pública. Su influencia en la dictadura se debió a los servicios que prestaba a Stroessner: reclutarle niñas. Andrés nos acerca a Malena Ashwell que vio a “dos niñas de 8 y otra de 9, desnudas, sangrando las áreas genitales, tras haber sido violadas” por Perrier en su casa-haren de Sajonia. Malena pagó muy caro haber presenciado la desgracia de las nenas.
El coronel “Manito” Duarte, es otro de los nombres que componen el círculo –con inclusión de mujeres- que se dedicaban a aterrorizar a las niñas y a sus familiares con el propósito bien pagado de alimentar los apetitos sexuales del dictador.
“Las orgías del general” nos remite sin concesiones a una época oscura del Paraguay.