Además de erigirse como defensor de Vladimir Putin en el conflicto armado con Ucrania, negándose a decir abiertamente que se trata de una invasión en toda regla, en su propia región le tiende un puente de plata a Nicolás Maduro como si este fuera un jefe de estado merecedor de los más altos honores.
Es evidente que Lula pretende ser actor principal en distintos escenarios y apuntarse tantos como “mediador” en situaciones espinosas. Con la intención de que Brasil vuelva a ser una potencia de peso, ha querido impulsar nuevamente la moribunda liga de Unasur como anfitrión de una cumbre que ha reunido a doce dirigentes de Sudamérica, pero su resbalón fue mayúsculo en el encuentro previo con Nicolás Maduro.
Horas antes del cónclave con mandatarios vecinos, exhibió con el gobernante venezolano en Brasilia una hermandad que pasó por alto el cariz autoritario de un dirigente sobre el que pesa la sombra del fraude electoral y que, desde que tomó el relevo del chavismo, ha violado sistemáticamente los derechos humanos además de llevar al país a una ruina económica que ha disparado la diáspora venezolana.
En vez de aprovechar la ocasión para demostrarle a su homólogo venezolano que se puede gobernar desde la izquierda en un marco de democracia y sin las nefastas tentaciones colectivistas marcadas por el castrismo cubano, Lula se solidarizó con Maduro como si se tratara de una víctima de descalificaciones infundadas por parte de Estados Unidos o de la propia Unión Europea, desde donde se han denunciado los atropellos cometidos por su gobierno. Acerca de las condenas en referencia a su invitado de excepción, dijo “Sobre Venezuela hay muchos prejuicios”, añadiendo: “Una narrativa que dice que el gobierno de Maduro es antidemocrático y autoritario”. En ningún momento hizo mención a la situación de los derechos humanos, apegado a la falsa narrativa que ha construido en torno a la gestión de Maduro.
Lo cierto es que en Venezuela se pisotean los derechos humanos de quienes se atreven a enfrentarse a los excesos de la policía política del madurismo. En un momento en que la oposición vive horas bajas después de años en busca de una transición que propicie el cambio, el exilio o el presidio político son las únicas alternativas para quienes se señalan como opositores.
De acuerdo a datos recientes de la ONG Foro Penal, en la actualidad hay 269 presos políticos y desde 2014 se han producido 15.777 detenciones por motivos políticos. El maltrato y las pésimas condiciones en estas cárceles son lo habitual.
Horas después de estas desafortunadas declaraciones dio comienzo una cumbre en la que reinaron los desencuentros. Lo notable es que políticos de distintas posiciones, el centrista liberal uruguayo Luis Lacalle Pou, y el izquierdista chileno Gabriel Boric, no perdieron tiempo en condenar la tibieza de Lula. El presidente de Uruguay no se anduvo con paños calientes al afirmar que Maduro es un “dictador”. Y el presidente chileno, el más joven de toda América Latina, puntualizó: “La situación de los derechos humanos en Venezuela no es una construcción narrativa”, pues se trata de una “realidad”.
Los ejemplos de Lacalle Pou y Boric son los que el veterano Lula debería seguir, en vez de permanecer encallado en la retórica de las ideologías supuestamente condenadas a no entenderse. En el espacio del centro la derecha liberal y la socialdemocracia pueden encontrar más puntos en común que desavenencias. Lo que nunca es negociable es que los ciudadanos renuncien a una sociedad libre. Boric, que en su país es denostado por la extrema derecha y por la izquierda radical, lo dijo muy claro en Brasil: “Los derechos humanos deben ser respetados siempre”. Lula y Maduro hacen oídos sordos. Hay alianzas que las carga el diablo. [©FIRMAS PRESS]
@ginamontaner