Es función de la prensa independiente advertir a la ciudadanía que entre los candidatos se filtraron conocidos delincuentes para mantenerse o acceder a la función pública, donde podrían dañar o seguir dañando moral y económicamente al país.
El interés de ese “sector de la prensa” no estaba puesto en derrocar al Partido Colorado sino en la necesidad de que los cargos públicos fuesen ocupados por políticos con solvencia ética y profesional. Sin sorpresas, los denunciados obtuvieron la mayoría de votos por encima de otros ciudadanos, conocidos por su capacidad, honradez y vocación de servicios.
No fue la derrota de la prensa independiente. Perdió el país.
Desde siempre el periodismo crítico –una buena prensa no puede ser de otra manera- se ha llevado mal con los políticos. Tienen distintas miradas sobre los acontecimientos y distintos intereses. En los hechos irregulares la prensa quiere contar la verdad; los políticos, ocultarla o tergiversarla a través de los medios que les son afines. O sea, como ellos.
Desde sus albores el periodismo independiente ha sufrido los más indecibles ataques. Es comprensible. Su deber con la sociedad le hace intervenir en los más enredados asuntos criticándolos o procurando esclarecerlos. En esta necesaria intromisión colisiona con la parte criticada o denunciada.
Se da el caso frecuente de que también en democracia los medios de comunicación sufren la agresión desde el poder político y económico. Esta agresión se da de dos maneras: 1) La represión directa mediante jueces complacientes con los poderosos; 2) Cuando una persona adinerada se hace de una preocupante cantidad de diarios, radioemisoras, canales de televisión, con soporte tradicional o digital. Los usa en defensa de sus intereses políticos y económicos. Con este único propósito la verdad no tiene cabida en ellos. Peor aún, se los utiliza para la promoción de “amigos” que están en la delincuencia o para silenciar sus fechorías.
Denunciar los delitos, individualizar a los delincuentes, publicar hechos que atentan contra la democracia, es deber de la prensa universal. Tenemos, por ejemplo, el caso reciente del New York Times que publicó la compra de votos a los indígenas del Chaco para favorecer al cartismo. En rigor, no se compra sus votos sino la conciencia, la libertad del ciudadano. Para peor, estos delitos no tienen consecuencia política ni penal. Es más, se los premia. El senador cartista, Silvio Ovelar, fue el más votado para seguir como senador luego de reiterarse por las redes sociales el video que lo muestra comprando votos en las pasadas elecciones.
No fue la derrota de la prensa independiente. Perdió el país.
Pierde el país cuando el Ejecutivo, el Parlamento, las Gobernaciones, por voto popular, caen en manos de políticos significativamente corruptos; esos que debilitan las instituciones democráticas e instalan el descontento popular que podría estallar incontrolables.
También el diario madrileño, “El País”, se ocupó de nosotros en estos días presentándonos como lo que siempre fuimos: un país criminalmente desigual y colmado de terratenientes mientras cientos de miles de campesinos no tienen tierra ni para hacer bodoques.
Que nadie se jacte de haber derrotado a la prensa independiente con la victoria de los corruptos denunciados. Perdió el país.