Destacados especialistas como Víctor Jacinto Flecha y Feliciano Acosta, entre otros, dieron a conocer el vigor de la literatura en nuestros dos idiomas oficiales. Hubo también presentación de libros y dos compatriotas obtuvieron prestigiosos premios internacionales. Nuestro máximo escritor, Augusto Roa Bastos, fue recordado en el stand de la biblioteca nacional del Congreso argentino.
Mientras tanto, en el Paraguay, se rendía también homenaje a la violencia a cuenta de un supuesto robo de votos en las generales del domingo 30 de abril. Estos enredos eleccionarios no son nuevos en nuestro país. Vienen de lejos. Algunos de los más recordados tuvieron lugar en Villarrica en junio de 1887 cuando liberales y colorados (todavía no eran tales oficialmente) se tomaron a balazos para elegir un senador y un diputado. A través de sus respectivos voceros de prensa, ambas nucleaciones se culparon mutuamente con un lenguaje que avivó la violencia. Eran los tiempos -¿como ahora?- en que el oficialismo buscaba perpetuarse en el poder. También se volvió normal el robo de urnas que originaba históricas garroteadas, en el mejor de los casos. Y así fue por mucho tiempo.
Recién con la llegada de Stroessner al poder se acabaron las discusiones, las peleas, las expectativas; se acabaron las tediosas jornadas de contar y seleccionar votos frente a los molestos curiosos y exigentes representantes de los partidos en las mesas de votación. Contar las papeletas era un acto inútil. Ya hacía tiempo se sabía el resultado infalible del 90% a favor del oficialismo.
Hay una cuestión elemental: nunca terminarán las sospechas de fraude, o el fraude mismo, mientras los políticos no corrijan su conducta torcida, el afán de ganar como sea. No hay sistema de votación que vaya a ser exitoso con sujetos tramposos. Empañan nuestro deseo de vivir en democracia, con respeto a las leyes, con una convivencia pacífica entre todos.
Frente a estos individuos, felizmente se alzan aquellos que prestigian al país con su trabajo, esfuerzo, inteligencia como quienes nos representaron en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
En esta Feria hubo más que la presentación de libros de nuestros autores: también dos premios internacionales. El escritor Sebastián Ocampos se alzó con el segundo lugar del Premio Literario Fundación el Libro de cuentos inéditos con su obra “Poliedros”. Compitieron 581 autores.
El otro compatriota galardonado, también con el segundo lugar, fue el investigador Agustín Barúa Caffarena con el Premio Ensayo Pensar Nuestra América. Su obra: “Ejedesencuadrá – del encierro al vy’a”.
La recordación a Roa Bastos fue de la mano de la doctora Nadia Czeraniuk, rectora de la Universidad Autónoma de Encarnación. Presentó el libro, “Entre lo temporal y eterno”, que contiene el pensamiento de 34 intelectuales de muchos países acerca de las obras de Roa.
Los directivos de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP), Marcos Ibañez y Marco Ferreira, renovaron el convenio de acercamiento con la Sociedad Argentina de Escritores. También otro acuerdo con la Librería de la Paz para la publicación de obras de autores paraguayos.
Los actos mencionados, y otros sin mencionar por razones de espacio, son el testimonio de que nuestra literatura disfruta de una salud formidable.
Para coronar las realizaciones de la Feria de Buenos Aires, el martes Diputados sancionó la ley “De fomento a la lectura y del libro”. Fue la conclusión de muchos años de gestiones que buscaron afanosamente incluir a nuestro país en el beneficio de la lectura con el apoyo del Estado.
Por el lado de la cultura tenemos sobradas razones para estar muy contentos.