Algunas encuestas cuyos números nos parecían en principio delirantes terminaron acertando. En contrapartida, la de la tan cacareada encuestadora internacional Atlas resultó un fiasco. La ANR le llenó la canasta a la oposición.
Otro punto: para ganar elecciones los colorados no necesitan que su electorado crezca exponencialmente ante una oposición que aumenta en mayor volumen. Los carmesíes se juntan en una masa compacta. La oposición se desparrama en masitas que son fácilmente devoradas.
Los colorados viven para el poder. Los opositores, en ese conglomerado de partiditos y movimientos enfrascados en contemplar su ombligo, anhelan solo una partícula de ese poder, apenas para saciar apetitos particulares.
En el marco de la pétrea vocación de poder que les insufló Natalicio González en los años 40 y que se sigue acrecentando, los colorados entierran el hacha de la contienda interna y votan todos juntos. Ellos pueden dividirse, insultarse y rivalizar fogosamente, pero se agrupan, ganan los comicios y luego su pelea la continúan en el poder, en el pleno manejo del Estado a través del gobierno operado por el partido. Ahora, por ejemplo, tras la reciente victoria ya se perfilan en el Senado por lo menos dos bancadas coloradas. Y se presume que la ANR volverá a albergar al oficialismo y la oposición al mismo tiempo. Pero en el poder.
Por su parte, los opositores se pulverizan mutuamente en la llanura y llegan exhaustos a la batalla final. El 30A ocurrió algo parecido a la batalla de Salamina (480 a.C.), en la que una menor pero compacta flota griega destrozó a una mayor pero desorientada flota persa.
La ANR seguirá cómoda en el poder si la oposición no renueva liderazgos y no comprende que la dispersión la anula.
En términos crudos, esta Concertación no fue digerida ni por sus componentes. El PLRA, si no rejuvenece en sus métodos y en sus cuadros, podría ver acelerada su decadencia.
El Frente Guasu pagó caro la arrogancia de algunos. Su división derivó en que en el próximo quinquenio tendrá una solitaria Esperanza en el Senado.
Cubas capitalizó la bronca de quienes anhelan cintarear a los políticos. Se autoproclama antisistema, pero jugó con códigos del sistema y ese sistema del que dice estar en contra le reportará 2 millones de dólares. Se hace el loco, pero no lo es. Basa su estrategia en la violencia, en el miedo que despierta su prepotencia y en provocar la reacción institucional para luego victimizarse y enardecer aún más a la masa que le sigue.
Electoralmente fue un fenómeno, pero el rescate moral de nuestro país necesita otro tipo de líderes.