En un país que no era el tuyo ni el mío, en una librería que no buscaba, me encontraste. Te maldigo porque ambos sabemos que hubieras querido que lo hiciera.
Enredado en la vida, encerrado dentro del nauseabundo blanco de un condón volador te recuerdo. Te veo en la falsa amabilidad de los esclavos asalariados. Te leo en el asqueroso espacio de una metálica sepultura. Las caras inexpresivas, las luces indicando los turnos, el tambaleo fatigante de una redundante medianoche.
Las horas se desvanecen y mientras se acerca el final más lejos queda el inicio. Es en estos momentos en los que más cerca te siento, son los instantes más anodinos, prisionero del bodrio repetitivo, te leo y me dan ganas de romper los eslabones y escapar, correr, huir y dejar atrás solo polvo, vómito y nada más.
Porque el cinismo detiene la alegría, la monotonía apaga, inevitable, los colores del panorama. La repetición mata el día, asfixia la noche y deslumbra a lo divino. Dios dicho mil veces deja de ser Dios y pasa a ser un concepto más. Día tras día, una y otra vez, ciclo de entrada, ciclo de salida.
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La misma escena se presenta frente a los mismos ojos, como el juglar de un reino en decadencia. Pero la presión no se mantiene, aumenta con el tiempo y te deja solo con dos salidas: o explotas o te adaptas. Tú escogiste la tercera: le diste vuelta a todo. Tomaste al statu quo por los pies y, después de una paliza, diste vuelta a la aburrida realidad en la que te encontrabas.
Tú, desgraciado, lo lograste. Te decidiste en conseguirlo y lo obtuviste. Saliste adelante con migajas, escribir era tu escape de la realidad en la que te encontrabas, escribir una necesidad más. Te saliste con la tuya sin necesitar de ninguna parafernalia ni pomposidad. De poco te servía un vocabulario extenso o refinados ademanes embriagados en plata porque entendiste que eso no es más que un cuadro vacío, la clave de ricos y desganados, la contraseña para los que, desde sus altas cúpulas, observan la ópera social desencadenarse para su diversión. Sabías que eso plasmado sobre el papel, eso que tanto profesores como catedráticos repiten hasta la tumba, no era nada tuyo, ninguna parte tuya, no era pieza de tu alma ni tu destino satisfacer a los aristócratas.
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Tú escribías para quien te leyera, y que se jodan todos los demás. Tú dedicabas tus escritos a los vagabundos, a los nómadas, a los verdaderos bohemios. Era lo único que podías hacer porque sabías, eras consciente de que no eras más que lo que bebías ni menos que lo que eructabas.
Te envidio, y creo que por eso te odio, porque no dejabas que se aferraran los viscosos tentáculos de las absurdas normas y las estúpidas reglas. Sabía que ese texto, ese trabajo, ese hijo que se gestaba frente a ti, era tuyo. Eras el regente de tu vida, eras el director de tu futuro, ¿por qué no lo serías de tus creaciones también?
Ahora bebe tranquilo, maldito. Baja con calma el fresco licor por tu gaznate rasposo que ya yo brindaré por ti, aunque tenga el viento en contra y el horizonte oscuro, brindaré por ti. [FIRMAS PRESS]
*El autor es escritor panameño.