El alma inmortal del Papa Benedicto XVI

Bendecido por Dios con una lucidez y consciencia hasta el último momento, a pesar de sus 95 años, el Papa Benedito XVI ha emprendido su último viaje. Y lo ha hecho siendo fiel a sí mismo hasta el final, leal a su esencia tímida, introvertida y respetuosa. Se ha ido en silencio, con ese silencio que tanto amaba, que sólo los grandes místicos y músicos saben de su importancia. Con ese silencio que mantuvo durante toda su visita al Campo de Concentración de Auschwitz en mayo de 2006: un silencio seco, un silencio que en sí mismo es un grito de adoración a Dios. Dos días después de haber recibido el sacramento de la Unción de los Enfermos, se ha despedido de este mundo con esa reserva, discreción y misterio con lo más sagrado que hay en el ser humano: el alma en su plenitud de conciencia, sin ningún tipo de distracciones.

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Ha sido un Papa extraordinario, el Papa que unió tradición y renovación, lejos de los populismos de la mayoría de los líderes de nuestro tiempo, incomprendido por quienes ignoran que la liturgia es la forma más sublime y bella de manifestar la propia fe en la existencia de Dios, la fe en la existencia del misterio, del fenómeno de lo espiritual y lo divino. Fue gigante intelectual, un gran teólogo y magnífico profesor.

Como intelectual, fue memorable el diálogo que mantuvo con el filósofo Jurgen Habermas con ocasión del encuentro organizado por la Academia Católica de Baviera en enero del 2004, en el que ambos intelectuales compartieron sus visiones del mundo y las creencias que hay detrás de un laico ateo y de un hombre de fe. Como teólogo, no sólo fue el autor y revisor de la mayoría de los textos sobre la doctrina de la fe durante el pontificado de Juan Pablo II, sino que, además, su obra, como profesor, como cardenal y posteriormente como Papa, están al nivel de los grandes Padres de la Iglesia, como Agustín de Hipona, Gregorio Magno, Ambrosio de Milán y san Jerónimo.

Como profesor, fue también un ejemplo a seguir; tenía las tres cualidades que son propias de los mejores educadores: autoridad indiscutible, vocación de servicio y hacer comprensible lo complejo, mostrando siempre -sin miedo- la verdad desde el respeto, la comprensión y la crítica constructiva, con una honestidad intelectual fuera de lo normal, que le llevó a realizar durísimas autocríticas sobre la situación de la Iglesia. Célebre e histórico fue el comentario que realizó durante la IX estación del Vía Crucis, que recuerda que Jesús, camino del Calvario, cargó con una pesada y dolorosa cruz que le hizo caer por tercera vez: “¿No deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a Él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Ten piedad de tu Iglesia… Tú te has reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos”.

Desde que presentó su renuncia como Papa el 11 de febrero del 2013, Benedicto XVI vivía en Roma en el convento de monjas Mater Ecclesiae, muy cerca del papa Francisco, en Ciudad del Vaticano. Estos casi diez años de Papa emérito nos ofrecen, quizá, una de sus grandes lecciones: saber escuchar la voz de la propia conciencia y respetarla hasta el final. Esa voz que le pedía retirarse como Papa y, también, respetar al máximo al nuevo Papa, aunque no estuviera siempre de acuerdo con él, llevando una vida del todo retirada de la vida pública, dedicado a la oración y a la contemplación silenciosa del misterio de Dios. Hasta tal punto fue ejemplar su retiro que varios corresponsables de medios de comunicación muy prestigiosos nunca han logrado entrevistarlo a pesar de haberlo intentado de todas las maneras posibles desde el día que decidió dejar de ser el máximo líder de la Iglesia católica.

La capilla ardiente del Papa Benedicto XVI emérito tendrá lugar en la basílica de San Pedro y estará abierta a partir del día 2 hasta el jueves 5 de enero, día de su funeral que, por expreso deseo del difunto Papa, será “lo más sencillo posible: solemne, pero sobrio”. Su legado trasciende toda imaginación y es inabarcable en una columna periodística. Pero al menos quiero dejar constancia de una profunda y agradecida admiración. Todo en él es luz y amor, razón y fe, con un resplandor extraordinario. Ya lo advirtió Séneca hace muchos siglos: “La sencillez y claridad distinguen el lenguaje del hombre de bien”. ¡Descanse en Paz Santidad! Muchísimas gracias por su legado.

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