Sobre repartir bien las cartas

Enojadísimo y con los nervios a flor de piel, el jugador de la partida de truco arrojó su última carta sobre la mesa mientras se incorporaba, habiendo acabado de perder la última mano y por ende la partida; delante suyo su contrincante disimulaba una sonrisa ante el riesgo de que el perdidoso de pronto optara por recurrir a la violencia como última opción ante la “pichadura” que sentía después de haber perdido mano tras mano y sufrido las burlas del rival –algo muy propio en este juego folclórico- y antes de abandonar el local lanzó un acusador “no puede ser, ninguna carta buena me tocó, vos barajás muy mal”, retirándose luego y provocando con su actitud la hilaridad entre los presentes.

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Hay quien dice que no hay cartas malas, sino que todo depende de la habilidad del jugador para sacar el mayor provecho de las que le tocaron, al tiempo de especular con la paciencia –o falta de ella-, los nervios o la experiencia del rival o rivales de turno. También está quien arguye que en algunas manos sencillamente hay que hacerla corta y desistir o retirarse, porque las cartas no dan “ni para el tanto ni para el truco”. La regla de oro, en este último caso, fue y será no picharse.

En los casinos, lugares pensados, diseñados y prestos para recibir a miles de apostadores que tienen la convicción de “tener la precisa” para ganar en las cartas y otros juegos de azar, a los repartidores de cartas se les llama croupier. También son conocidos como talladores o simplemente repartidores, y tienen la responsabilidad de presidir y dirigir las mesas de juego dentro de una casa de apuestas. En puridad, es el empleado del casino que levanta los dados, baraja las cartas del blackjack, las reparte en el póker y, en términos generales, ayuda e induce a los jugadores a disfrutar plenamente de las partidas mientras apuestan –y generalmente pierden- su dinero dentro de estos templos a donde acuden los ludópatas llamados apostadores, que pueden ser más o menos compulsivos.

Un buen croupier debe tener varios atributos, que van desde la cortesía, buen manejo de las manos, sonrisa perenne y dar la sensación de estabilidad y seguridad para brindar la mayor transparencia al lugar. Por eso cuida su etiqueta y modales, además de dominar las estrategias de barajeo, por lo cual es considerada toda una profesión, en la que no todos logran tener éxito. Y claramente el mayor suceso lo alcanzan aquellos que, usando todas estas estrategias y habilidades, son elegidos por los clientes para jugar en sus mesas, y no es poca cosa este mérito porque consiste en que ¡son los preferidos de aquéllos a los que van a hacer perder su dinero!

Haciendo una analogía con el estado de cosas en que se encuentra nuestra realidad política, tenemos varias mesas en las que están ubicados croupieres de diferente talla, la cual no está padronizada de acuerdo a un manual, sino más bien depende de las apreciaciones que tenga cada jugador. Sin duda habrá algunos que llegaron a esa posición por méritos y trayectorias claras, y otros quizás no tanto, pero a cada ciudadano corresponde –dentro de este gran casino político- el derecho de sentarse a la mesa de apuestas que desee según su gusto, conciencia y –eventual- sapiencia.

Una vez ubicados allí, imaginémonos cómodamente sentados en una silla mullida y confortable, en la que realmente da gusto estar ubicado, pero de la que podemos levantarnos en el momento que deseemos (y de la que por cierto seremos desalojados apenas se apropien de lo más valioso que tenemos para darles). Atentos a nuestra señal, siempre en relación a la mesa que hayamos elegido y el croupier que la dirija, recibiremos las cartas con las que debemos jugar, y nuevamente está en nuestras manos decidir hasta dónde queremos llegar. Podemos jugar sobrios y con la cabeza clara, teniendo una estrategia elaborada previamente que seguiremos sin desvío alguno o como se dice, al pie de la letra; o podemos encarar el juego ebrios a causa del alcohol, la ambición, el fanatismo o cualesquiera otros alucinógenos que no nos permitan pensar ni obrar claramente.

Después de los 18 años cumplidos, ya vimos demasiadas películas, leímos enorme cantidad de artículos periodísticos y escuchamos –o hasta vivimos experiencias en el seno familiar o círculo cercano- relacionados a la realidad de los juegos de azar, con los que quedó más que demostrado que la casa siempre gana, no hay fórmulas mágicas para volverse rico apostando y que todo está montado para sacar el dinero del bolsillo a la gente. Y lo mismo vale para las mesas políticas engañosas manejadas por croupieres inescrupulosos. Pensar, alegar o creer algo distinto, ya es un problema de cada uno con su inteligencia.

Dicho esto, si elegimos mal la mesa y nos embelesamos por un croupier debido a su voz melosa y promesas de pingües ganancias, si creemos que seremos el iluminado que resulte más inteligente que todo un sistema hecho para engañar, y por añadidura entramos al juego perverso de ser inducidos encandilados por luces potentes y efímeros fuegos artificiales, vamos a terminar igual de pichados que aquél que dejó en la mesa de truco sus billetes y una parte de su dignidad, para retirarnos a masticar nuestra impotencia con el rabo entre las piernas.

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