Nada se ha hecho para recordarle. Hasta donde sé, no hay ni media cuadra que lleve su nombre. Y conste que somos muy generosos para nominar calles y comunidades.
Bermejo le conoció en París a Francisco Solano López, quien le propuso venir al Paraguay para ayudar en la tarea educativa y cultural del Gobierno de Carlos Antonio López. Llegó a Asunción con su esposa, Pura Giménez, el 20 de marzo de 1854. Pronto se dio íntegro al esfuerzo de realizar las iniciativas gubernamentales y las suyas propias. Asunción comenzó a contar con actividades literarias, musicales, teatrales. Bermejo se incorporó a la redacción de El Semanario, dirigido por Juan Andrés Gelly, cuya enfermedad impidió que el periódico continúe con sus lectores. Apareció El Eco del Paraguay en 1855 hasta 1857, año en que reapareció El Semanario con la dirección de Bermejo. En 1861 editó La Aurora, revista mensual que daba a conocer los trabajos literarios de los alumnos del Aula de Filosofía, que él también dirigía. Lo que no pudo dirigir, o tener bajo control, fue la enemistad, recíproca, de su esposa con madama Lynch. El 10 de diciembre de 1862 falleció Carlos Antonio López, cuya persona y Gobierno fueron enaltecidos por Bermejo en su periódico. A Don Carlos le sucedió el hijo, Francisco Solano. El 15 de diciembre de 1862 Bermejo presentó renuncia como director de El Semanario, la cual le fue aceptada. Regresó a España en marzo de 1863 donde, 10 años después, dio a conocer su Vida paraguaya en tiempos del viejo López que habría de servir para desdibujar en grado sumo la imagen del Gobierno y del país. Fue un libro muy comentado por la prensa internacional la que, en gran medida, tomó como verídicos muchos casos de mera ficción. Algunos habrán sido ciertos, pero exagerados en todo caso. De todos modos es un libro bien escrito y, sobre todo, muy divertido.
En el capítulo II, El ministro de Hacienda y los murciélagos, Bermejo relata su primera noche en Asunción, su encuentro con el presidente López a la mañana siguiente y la deliciosa anécdota –más deliciosa seguramente que real- de la comparecencia del ministro de Hacienda ante S.E.
En 1931 Juan E. O’Leary publicó un libro conciso para demostrar, con documentos, las falsedades de Bermejo que todavía pasaban como rigurosamente históricos. O’Leary encontró en el Archivo Nacional la que habría sido la causa del intempestivo regreso de Bermejo y señora. El caso es el siguiente: El 14 de diciembre de 1862, el oratorio mandado construir por Don Carlos en Olivares, se bendijo con la presencia de Francisco Solano López, familiares e invitados especiales. Bermejo redactó la crónica respectiva y puso, como era costumbre, a consideración del Presidente que la rechazó por ser laudatoria en exceso. O’Leary transcribe la carta donde Bermejo se queja del trato recibido del Presidente. Escribió una carta-renuncia haciendo constar su enojo. Pide que lo desobligue de la redacción de “El Semanario”. López aceptó la renuncia y Bermejo regresó a España.
Dejó ocho años de fructífera labor. Baste recordar que fue un incansable animador del teatro y la música. Junto con su labor periodística llevó adelante la docencia. Organizó la Escuela Normal y dirigió El Aula de Filosofía donde se formaron algunas de las personalidades que habrían de prestar un invalorable servicio a la patria en tiempo de guerra y en tiempos de paz. La revista “La Aurora – enciclopedia mensual y popular de ciencias, artes y literatura” reunió a algunos de los que se formaron en su escuela.
Obviando su enojo expresado en el señalado libro, no debe olvidarse su esfuerzo por ayudar que el Paraguay alcance un elevado nivel cultural. Hizo mucho más que cientos de ciudadanos cuyos nombres “adornan” nuestras calles.