Menos juicios destructivos y más “touching” en la empresa familiar

Me encontraba en una reunión familiar en el norte de España, concretamente en el restaurante Gran Talaso de San Xenxo, en Galicia, cuando me entró una llamada de un cliente. Quería hacerme una consulta urgente. Tenía un problema -así lo veía él- ya que se había enterado (de una “muy buena fuente”) de que uno de sus hijos había montado un negocio con ayuda de un amigo que, aunque no implicaba directamente hacerle la competencia, se servía de sus clientes para fines comerciales. Mi cliente dudaba, no sabía qué hacer, pues era la primera vez que le sucedía algo parecido.

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Mientras saboreaba unas deliciosas croquetas de mariscos y un wok de noodles y el mejor pan de chapata que jamás he probado, amenizados con un Martin Codax, recuerdo del famoso trovador gallego del siglo XIII, pude escuchar de mi cliente toda la historia que justificaba, aparentemente, su indignación. No sé si fue el chef con su arte quien, sin saberlo, me predispuso e inspiró en la dirección de salir en defensa del “inmoral” hijo que había osado “ir por su cuenta aprovechándose del conocimiento y de los clientes de la empresa”.

Siempre digo que no hay una única manera de hacer empresa ni de ser familia. Lo importante es que los comportamientos deseados y exigidos sean coherentes con el modelo de empresa y de familia que se quiere desarrollar. Suelo recomendar también que lo que no está prohibido está permitido, sobre todo si ayuda a los objetivos esenciales de una familia empresaria, que son:

  • La economía: asegurar la manutención y el bienestar de los miembros de la familia, con prudencia y ecuanimidad, porque lo mejor es enemigo de lo bueno;
  • Proporcionar a los familiares un entorno saludable y adecuado -de intimidad, excelencia, austeridad, libertad y exigencia- para su desarrollo integral como personas;
  • La educación de sus miembros (esta función se amplía fuera de la familia, pero el criterio y el ejemplo de los padres es insustituible) para la forja del carácter y de una sana identidad, aceptando que las personas son únicas y tienen derecho a vivir procesos diferentes, y a veces necesitan más tiempo para asimilar ciertas costumbres y valores.

Sentí que mi cliente estaba muy influenciado por lo teóricamente correcto y por el enfado, por no decir irritación, que le manifestó una “muy buena fuente” familiar conocedora de los acontecimientos descritos. Por eso, intenté ayudar a mi cliente haciéndole ver las cosas desde otra perspectiva, que comparto aquí, por si puede servir y ser útil a otros empresarios familiares:

  1. Hay que incentivar y aplaudir la iniciativa empresarial de los miembros de la familia. Es mucho mejor frenar a los “locos” que empujar a los haraganes acomodados en una cuna de oro (o de plata o de bronce…);
  2. Hay que tener un protocolo familiar que regule las relaciones de los miembros de la familia con los negocios del grupo familiar. Es clave contar con este documento vivo, porque lo que es evidente para uno, no lo es para todos, salvo que se haya conversado previamente, discutido, aclarado, acordado, y ojalá firmado como señal de compromiso;
  3. Hay que hablar con las personas implicadas antes de juzgar y sacar conclusiones. En mi experiencia, una única fuente de información, por muy buena que sea, no es suficiente para emitir juicios y muchos menos tomar decisiones radicales sobre un familiar. Hay que crear un espacio de calidad para hablar, entender y escuchar al otro, haciendo el esfuerzo de ponernos en su lugar, hasta lograr “ver y sentir” como el otro la situación problemática en cuestión;
  4. Hay que llevar estos temas al Consejo de Familia -el órgano de gobierno encargado de los asuntos familiares- y dejar constancia en acta del criterio aplicado, reconociendo siempre la buena intención de las partes, comunicando a toda la familia cómo se tiene que actuar en el futuro cuando se produzcan casos similares;
  5. Hay que demostrar un exquisito y respetuoso “touching” con los miembros de la familia: el ‘’touching’' busca conectar con el otro desde el paradigma de la relación empática, es decir, priorizar las relaciones interpersonales duraderas siempre y cuando no pongan en riesgo el éxito de los negocios familiares ni tampoco el patrimonio familiar.

Por eso la duda de mi cliente se resolvía con una pregunta muy sencilla, que le hice: lo que ha hecho tu hijo, ¿pone en riesgo el crecimiento de la empresa y la fortaleza del patrimonio familiar? La respuesta fue que no. Entonces, le dije, no tiene sentido que le hagas sentir mal, que le castigues, que le señales y le humilles frente al resto de la familia, abriendo una herida que será difícil sanar.

Más bien aconsejo a los empresarios familiares que aprovechen estos sucesos para ser líderes con touching, y que, con visión estratégica, inicien la realización de un protocolo familiar o, en el caso de que ya lo tengan, lo actualicen, incluyendo en él nuevas prácticas y acuerdos, que reflejen los comportamientos que deben vivir todos los familiares en el futuro, en razón de la identidad y de los valores de la familia empresaria.

CETYS Graduate School of Business

@pabloalamocoach

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