Nazario ante el artificio de la simulación

Mientras sus correlí candidatos a presidente prometen cosas que no cumplirán, proclaman que “vamos a estar mejor” e invocan su inmaculada honestidad, el diputado Nazario Rojas les echó vidrio molido en la sopa al confesar que el robo es un indestructible hábito colorado.

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Lo hizo en plena sesión de la nada honorable cámara legislativa que integra. Encima presumió de la envidia que les tendrían los opositores a los colorados por esa condición de cleptómanos prósperos que los identifica.

Ante tamaña confesión, en un país serio un fiscal llamaría a Nazario a deponer (sic) y aclarar su pública declaración. Además, la autoridad de la ANR emitiría un comunicado a la opinión pública desmintiendo las afirmaciones de su diputado y le impondría mas no fuere una sanción moral. Pero aquí, lo de Nazario es apenas la folclórica travesura de un veteranillo que desde su diputación no puede aportar más que algún ventoseo verbal como el que se le escapó. Y se le perdona, porque no da para más.

Por otra parte, en la galaxia de la hipocresía que es la política, en la que todos (casi) mienten, lo que le ocurrió a Nazario parecería un abrupto ataque de franqueza o una masiva sobredosis de consciencia y de conciencia. Fue como que en medio de una carrera partidaria, de repente se diera vuelta y comenzara a correr al revés.

En su Diccionario del paraguayo estreñido, Helio Vera sostiene que político es quien “busca el poder diciendo que quiere resolver el problema de los demás y termina resolviendo los suyos propios”. Quizá Nazario, de quien no conozco aporte legislativo sustancial pero dice ser político, ya resolvió sus problemas y solo está ufanándose traviesamente de ello.

Además, Nazario desbarató la teoría de que el político es el gran simulador (The great pretender, diría Freddie Mercury). El político que se precia jamás dirá lo que piensa y por votos hará lo que sea aunque sienta repugnancia. ¡Caramba! lo que sentirá todo candidato cheto en el interior profundo al abrazar a pobres con olor a humo de fogón, besar niños con vaho de pipí y comer comida no delicatessen.

El poeta y ensayista mexicano Baltazar Dromundo (1906–1987) afirma en su picante libro Elogio de la política (1941): “La política es superación permanente del arte de la simulación”. Por eso en las campañas electorales abundan, por ejemplo, pasacalles con inscripciones como “Ladronio Mondazi: honestidad y trabajo”. Un artificio simulador.

Dromundo sostiene que el político es traidor, venal e ingrato, pero frente a elecciones aparece sincero, honorable y leal. Así, nos llenamos de árboles que dan frutos y de demagogos que anuncian la compra de deudas particulares con plata pública.

Pero llegó Nazario. Un quijote manchado que ventiló la verdad y delató la causa de nuestra educación analfabetizante, nuestra desfallecida salud pública y nuestra segura inseguridad: los políticos (colorados) ladrones.

La autoridad oficial de la ANR se calló ante la confesión de Nazario. Y sabemos: quien calla… acepta.

nerifarina@gmail.com

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