Friesland y el triunfo de la voluntad

Como a cualquier persona que visite la Colonia por primera vez, a varios miembros de nuestro grupo les llamó la atención el camino de acceso impecable y los costados de la ruta cuidados y poblados de árboles hasta el acceso mismo a la comunidad, en la que anchas calles muy bien mantenidas -al igual que todos los caminos internos que comunican con y entre las aldeas- permiten dirigirse con facilidad hacia los sitios que se quieren visitar.

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Los edificios de la cooperativa, la fachada de la iglesia y museo resultan atractivos e invitan a visitarlos, y a pesar de haber llegado un viernes, a las 10 de la mañana, las calles están vacías: aquí, todo el mundo está trabajando y los niños en la escuela.

Pese a encontrarse a apenas 184 kilómetros de Asunción y a unos pocos kilómetros del desvío de la ruta 10, la Colonia Friesland es poco conocida. Sobre sus orígenes, no difiere demasiado el de las demás colonias menonitas del Paraguay; los abuelos y bisabuelos de los pobladores actuales huyeron en 1929 de Rusia a causa de la intolerancia y creciente violencia, pasando por Alemania para llegar hasta el Paraguay, y fundaron primero la Colonia Fernheim, en el Chaco, en el año 1930, empezando a construir sus vidas literalmente de la nada.

Viendo hoy la situación de la Colonia, cuesta imaginar que, luego de 7 años de fundada Fernheim en la inmensidad chaqueña, por diferentes razones –siendo el detonante la crítica situación económica–, un tercio de sus habitantes la abandonaron y buscaron mejores horizontes en la Región Oriental, donde fundaron en 1937 la Colonia Friesland en el departamento de San Pedro, a 45 kilómetros del río Paraguay, siendo así la primera colonia menonita fundada en la Región Oriental.

Siguiendo nuestro recorrido por la localidad, los nuevos visitantes no terminan de sorprenderse del orden y la ausencia de personas en la calle, chacras impecables, anchos paseos centrales con el césped recién cortado y el atractivo natural del Parque Lomas. Todo esto y mucho más es fruto de los pilares sobre los que construyeron su comunidad: La fe, el trabajo, la familia y educación.

Nos relatan que los comienzos fueron difíciles, habían creído tener ventajas significativas al mudarse del Chaco a estas tierras, pero fracasaron en el cultivo del algodón, por lo que muchos colonos agricultores debieron ganarse la vida empleándose en otros rubros, como por ejemplo, de peones de estancia y haciendo fletes, y la desesperanza devenida ocasionó nuevas olas emigratorias.

Recorriendo las instalaciones del moderno supermercado de la cooperativa, que está asociado a la Cámara Paraguaya de Supermercados, dotado de equipamiento de primer nivel, gran surtido de mercaderías nacionales y también importadas, además de contar con la venta a granel para la provisión a estancias, sus profesionales de mando superior nos comentan que son enviados a seminarios y congresos para capacitarse. Anexo al supermercado se encuentra además una ferretería, y viendo todas esas maquinarias e insumos dispuestos para la venta a los colonos y vecinos, cuesta trabajo creer que a duras penas consiguieron en la década de los 60 comprar más tierras aptas para el cultivo y con ello “traer” de vuelta a sus colonos a hacer lo que saben: cultivar y hacer producir la tierra.

A paso lento pero seguro, la localidad empezó a prosperar de la mano del cultivo del maíz principalmente, comenzando luego a plantar trigo, lo que trajo bonanza a la colonia. En la década de los 70 se inició igualmente el cultivo de la soja, lo que sumado a la incorporación de la siembra directa más adelante, llenó de esperanzas las expectativas de la gente, ya que representaba una solución al problema de la erosión de las áreas cultivables.

Conscientes de las necesidades existentes en el departamento, y específicamente en el distrito de Itacurubí del Rosario, al cual pertenece, se llevan adelante varios emprendimientos de cooperación vecinal bajo la consigna “Avanzando Juntos”, siendo la premisa que se deben compartir conocimientos y tecnología para permitir una vida digna a los habitantes de las localidades aledañas, en una colaboración mutua basada en el trabajo, honestidad y confianza que permita a las partes crecer.

En esta colonia, en la que habitan apenas alrededor de 680 personas en 260 hogares, se administran cerca de 13.000 hectáreas mecanizadas propias y apoyan con tecnología y capacitación la explotación de otras 2.000 pertenecientes a los vecinos, que de esta forma no solamente acceden a cosechas óptimas, sino que además encuentran un mercado seguro y con precios justos para sus productos, gran materia pendiente en nuestro país con relación al productor rural. A estas actividades se suman la producción ganadera para la obtención de leche y carne, este último rubro en asociación con una de las cooperativas grandes del Chaco.

Como nos ocurre tantas veces, conocer lugares así dentro de nuestras fronteras conlleva al comentario “parece otro país”, pero no, es nuestro país y está ubicado en uno de los departamentos con mayor problemática social, en el que un grupo de personas supo perseverar a través del tiempo y las vicisitudes y donde, finalmente, la voluntad se impuso ante los obstáculos que representaban el clima, los precios, la falta de vías y accesos de comunicación y otros.

Solamente resta respetar, aprender y hasta copiar algunos usos y costumbres de esta gente, que se supo adaptar a este suelo y las costumbres del Paraguay, toma tereré y alterna el asado con mandioca con la sopa borscht que trajo la abuela de Rusia, es fanática de algún club de fútbol y también, a pesar de conversar en dialecto entre ellos y hablar español con un fuerte acento, estos rubios matungos manejan el guaraní a la perfección.

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