Pero creo que la más importante lección es que podemos. Parece simple, pero muchas veces no es tan fácil verlo cuando estamos ahogados entre tantos problemas. Los paraguayos somos capaces de todo, como cualquier nación. Somos seres humanos y como tales, somos capaces de hacer cosas increíbles cuando nos lo proponemos. Lo han demostrado nuestros atletas y lo hemos demostrado nosotros como público. Y quizás, en alguna medida, aunque menor, nuestras autoridades.
Nuestros atletas han demostrado a propios y extraños que, con todas las limitaciones que todavía tiene nuestros llamados “deportes menores”, nos han dado, parafraseando a un gran periodista deportivo, alegrías mayores. El atleta paraguayo es un verdadero luchador contra la adversidad. Los que los hemos visto de cerca, conocemos el sacrificio de miles de familias paraguayas que hacen lo imposible para que ese pequeño o esa pequeña cumpla su sueño de convertirse en un atleta profesional, algo que recién hemos dimensionado hace unas pocas décadas.
El público también demostró estar a la altura, rompiendo el paradigma que dice que al paraguayo solo le gusta el fútbol. Acompañó, vibró, se emocionó hasta las lágrimas, aplaudió de pie a esos compatriotas que, sea que haya llegado al podio o no, dejaron todo en “la cancha” para poner a nuestra bandera bien en alto.
Nuestras autoridades fueron evidentemente la pata más floja de todo, pero hay que reconocer que hicieron lo que tenían que hacer y hay veces que con eso alcanza. Los juegos Odesur casi se nos escapan de las manos y hoy hablamos de una hermosa realidad y algo que recordaremos por mucho tiempo. Esperemos que entiendan que apoyar al deporte y a nuestros deportistas es “rentable” políticamente.
El desafío es que este lunes cuando nos levantemos por la mañana entendamos que ese mismo fervor nos debe acompañar por el resto de nuestros días, que el patriotismo que demostramos en el deporte debe ser el mismo patriotismo en nuestro día a día, y ese compatriota que ayer alentaba con nosotros en las gradas, es el mismo con el que mañana tenemos que salir a construir un país mejor para mis hijos y para sus hijos.
Ojalá esa lección de que somos capaces de llevar todos juntos el barco hacia un mismo destino se desparrame y transforme nuestra manera de pensar para siempre. Ojalá entendamos que más allá de nuestras diferencias, somos todos parte de un mismo país que tiene todo para llegar lejos, y que quienes queremos el bien común somos muchos más que aquellos que no nos quieren dejar asomar la cabeza.
Ojalá que ese sueño de todos nos empape de esperanzas en un futuro mejor y el sueño se convierta en realidad.