O no hay plata para comprar macetas como la gente o no hay una mente pensante -buen gusto ya es mucho pedir- entre el paquidérmico funcionariado municipal tan poco útil para la ciudad, pero sí efectivo para la cacería de votos durante las elecciones.
La decadente imagen del Centro Histórico de Asunción es el producto de años de indolencia e inoperancia tanto de los intendentes de turno como de los concejales de la otrora “honorable” Junta Municipal de Asunción.
Las sucesivas administraciones -incluyendo la del actual intendente Óscar Nenecho Rodríguez- solo hablan de la pomposa recuperación del Casco Histórico cuando apremian las críticas o para presentar proyectos hechos por burócratas que luego terminan en los papeles. Hoy quizás ocupen vetustas computadoras de alguna oficina de planeamiento y fotos del figuretismo.
Asunción es la capital de la República y asiento de los poderes del Estado, rango que le confiere la Constitución Nacional. Por tanto, no es una ciudad cualquiera, ni mucho menos un pueblo del interior, aunque mantenga costumbres aldeanas que le vienen de antaño. No es poca cosa que una ciudad cargue sobre sus hombros tantos títulos nobiliarios heredados de los tiempos de la Conquista y Colonización conferidales por Carlos V, ni mucho menos ser considerada la capital más antigua entre las Repúblicas del Plata. Apuntemos que la actual Buenos Aires fue fundada con un contingente de paraguayos salidos de estos lares en 1580, más de cuatro décadas después de nuestra fundación.
A lo largo de su historia Asunción ha sido elogiada por cuanto extranjero llegara a estas tierras, aún sobre los escombros de la guerra de la Triple Alianza la ciudad se mantuvo viva y pujante. Y en las primeras décadas del siglo XX la urbe gozaba de consolidado abolengo y alcurnia. Tal vez no el “glamour” de las otras capitales con costa marítima, pero Asunción estaba bendecida por la naturaleza y sus gobernantes que la hicieron grande.
El Paseo del Centenario en la Plaza de la Constitución, el conjunto de la Plaza de los Héroes, la selva aromada de la Plaza Uruguaya llegaron a tener esbeltos faroles de hierro forjado, esculturas traídas de Europa y fuentes de agua que arrullaban a propios y extraños. Los asientos, relojes y pergolados de los parques y paseos le daban refinamiento y aristocracia a una ciudad que, sin ser opulenta, demostraba gozar de estilo propio y tenía clase. Hasta la señalética de las calles adosadas a las paredes y todos los demás equipamientos urbanos estaban finamente cuidados y ornamentados. Basta con mirar las fotografías y postales de otrora que se multiplican por miles en las redes sociales.
Una ciudad, una Capital no puede incorporar elementos tan burdos ni cachivaches en su equipamiento urbanístico público como si fuera una huerta escolar de nuestra infancia o como si se aprestara a participar de un concurso barrial de reciclaje.
Asunción ha perdido varias oportunidades de cambio conforme a los dictados de la arquitectura del paisaje, como ahora con los juegos Odesur. La ciudad va de mal en peor por la inoperancia y mezquindad de las autoridades del Gobierno Central y Municipal enemistadas por cuestiones políticas y electoralistas. Olvidan que su primer deber es servir a la población y no servirse de ella.
No se puede pauperizar la Capital de la República. Causa vergüenza a propios y extraños precarizar el equipamiento urbano con trastos inservibles. Para hermosear la ciudad hay que tener una mayor consideración. No hablemos de buen gusto, que bien hace falta, para que la ciudadanía se sienta orgullosa de su Centro Histórico.