Violencia en las escuelas

Son numerosas las oportunidades en que tendemos a parcializar los hechos, perdiendo de vista el contexto en donde se desarrollan. Analizamos las partes en la ingenua creencia que si después las sumamos explicaremos el todo. Este párrafo sería una versión más o menos erudita de la famosa frase popular que dice: el árbol no nos deja ver el bosque.

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El contexto es el marco donde se desenvuelven los hechos, es algo así como un almacén de significaciones que da sentido tanto a las pequeñas actitudes, como a las situaciones de mayor relevancia. Tanto es así que, por ejemplo, si observamos a una persona en ropa de gimnasia haciendo una vertical con el fondo de un gimnasio, decimos: es coherente, es normal. En cambio, si modificamos el fondo (de la misma persona en la misma actitud) y colocamos el Obelisco y la calle Corrientes con todo el tránsito avanzando, decimos: no es congruente, no es normal, más aún, podríamos decir que nuestro personaje está loco.

Este breve prólogo sirve para entender un hecho que siempre es actual en el mundo: la violencia en las escuelas. Y no es para menos, tanto la escolaridad primaria como secundaria experimenta un creciente desarrollo de códigos de agresión y violencia entre los alumnos y no solo entre ellos, sino también de los mismos alumnos hacia los profesores. Estudiantes con estiletes, cuchillos, navajas como parte de los útiles escolares, se amenazan, se golpean, se cortan, burlan a profesores, les queman el cabello, y como si fuera poco los filman en ese acto de aberración.

Por supuesto que resultaría un reduccionismo circunscribir únicamente la violencia al territorio escolar; cabría entonces preguntarse, ¿por qué no debería haber violencia en las escuelas si en los diferentes contextos sociales la agresión y la violencia aparecen como constantes? Canchas de fútbol, accidentes de tránsito, corrupción, robos callejeros, abuso, violencia familiar, son algunas de las situaciones en donde se es violentado, invadido, saqueado, ultrajado. Por ejemplo, en el trabajo se vive un clima de inestabilidad que lleva al abuso de poder y maltrato, razón por la que la economía precedente y la actual ha creado una población desocupada y marginal de pobres muy pobres pero, además, pobres aturdidos de rabia y resentimiento.

Como condimento que alienta e incrementa el desorden, el periodismo radial o televisivo que magnifica los hechos repetitivamente, los llena de detalles macabros y les da visos de mayor perversión, así es más noticia e incrementa el rating. También, la televisión muestra una proliferación de películas de guerra, asesinatos descarnados, maridos golpeadores, etc. Los juegos de play station en los que los niños compiten en luchas mediante diversos tipos de golpes hasta matar o destruir al contrincante. Mientras que los padres se quejan, mientras que esta situación desnuda sus dificultades para colocar límites.

El resultado de tales situaciones violentas puede ser la muerte concreta: esta sociedad (a la que integramos) ha producido una generación de toxicómanos -que van de la marihuana, el consumo de cocaína y alcohol, las pastillas y el speed con vodka- que buscan escaparse de esta realidad agobiante y una gran parte se integran a un submundo asociado con la delincuencia, los falsos amores, amistades circunstanciales y el raterismo indiscriminado.

Si una sociedad debe brindar parámetros identificatorios a un niño o un adolescente que le permitan entender qué es correcto o incorrecto, una sociedad cuyos referentes sean la corrupción y la violencia, ¿qué imágenes de salud puede ofrecer? En Argentina, por ejemplo, nos hemos quedado sin figuras con que identificarnos, por esa razón continuamos beatificando a San Martín, Belgrano, Moreno y todos los héroes de mayo, y claro que tienen mérito, pero ¿qué sucedió en estos casi doscientos años posteriores? Si bien, Leloir, Favaloro, en el campo de la ciencia, por nombrar algunos, pueden mencionarse como referentes, no poseen el mismo encumbramiento y difusión que los próceres.

La familia entre agresiones y síntomas

La familia está inmersa en el contexto social y es un proceso inevitable que, en mayor o en menor medida, reproduzca en su interior las buenaventuras e incompatibilidades de la sociedad a la que pertenece. En los tiempos actuales se vive un clima familiar homólogo al social. Maridos que cuentan con la suerte de trabajar realizan horas extras que los ocupan más de 12 hs. de su jornada. Viven hiperexigidos en un contexto laboral que lo somete a una permanente descalificación bajo el lema todos somos prescindibles. La mujer se encuentra sometida no solo al trabajo de ser ama de casa y madre, sino también a trabajar fuera del ámbito de su casa. Los integrantes de la pareja se comunican escasamente. Se atienen a lo anecdótico y cotidiano: pagos, pequeños recuentos del día y poca profundización y reflexiones acerca de su vida, no sea cuestión de que muevan demasiado la perentoria estabilidad y se encuentren enfrentando otro caos: la separación.

Pero la impotencia que produce tal estilo de vida, amenaza expresándose mediante malas contestaciones que rápidamente se agigantan con el famoso efecto bola de nieve. El clima de tensión permanente sumado a los raptos de agresión, conforma una atmósfera que realimenta sentimientos de bronca, rabia, baja autoestima, impotencia en cada integrante. Los hijos circulan bajo este patrón de conductas. Los padres se vuelven menos tolerantes frente a sus planteos. Exigencia con poco espacio para sus reclamos, crea una situación violenta. Pero el clima de tensión conyugal excede este perímetro. Ambos padres han comenzado a involucrar a los hijos en el circuito conflictivo de la pareja. Cada hijo entra en la disputa, tentado a pertenecer a alguno de los bandos. Si se adhiere al padre, siente bronca por lo que la madre le hace al padre, pero a la vez se siente culpable por pensar así de su madre y viceversa. Culpa y bronca ayudan a sostener el clima de alteración familiar. Rápidamente la complejidad de la comunicación humana se complica. Estos sentimientos de los hijos se transportan a otros contextos.

Entonces, comienzan a hacer su aparición conductas sintomáticas en el segundo hogar, la escuela. El chico reproduce el estilo de comunicación que aprendió en su familia, pero a la vez drena la insoportable acumulación de angustia que lo invade. Basta que repita algunos actos violentos, para ser rotulado como el agresivo del grado. Y es factible, que tan pronto como esto suceda comience a tener trastornos de aprendizaje: se ha convertido también en el burro de la clase. Ha logrado constituirse en el blanco de cargadas y bromas de sus compañeros, se siente segregado, a lo cual reacciona con violencia confirmando su rótulo de agresivo.

Los padres, mediante citaciones de la escuela que solicitan su presencia, malas notas y amonestaciones, centran la atención en este hijo, realizando un repertorio de premios y castigos, por lo general, ineficaces. Ahora no sólo es el chico problema en la escuela, sino en la casa. No obstante, el síntoma es sabio: el chico ha podido descargar en algún lugar su estado de angustia, logró que sus padres de alguna manera se acercaran a él y distraerlos de las discusiones que amenazaban con una separación.

Estas acciones se encadenan en un circuito sin fin. Así llegamos al punto de partida, mientras los padres disfuncionan en el hogar, por ejemplo, los chicos canalizan es violencia acumulada en la escuela. El acto violento, entre sus tantos efectos, produce dos principales: la descarga el drenaje de tensiones y la denuncia de las anomalías de la familia o del grupo escolar mismo.

Queda claro, por lo tanto, que no podemos segmentar la violencia escolar sin tener en cuenta la situación social y familiar. Es un reduccionismo quedarse focalizado en esa fracción de violencia sin tener en cuenta el resto del contexto. Cada uno de los argentinos se encuentra entrampado en este juego violento y parece difícil no responder con violencia a la violencia sino cambiamos las reglas y las premisas que lo rigen, si no hay gobiernos que generen cambios profundos y si no asumimos que cada uno de nosotros desde su lugar colabora y es copartícipe en esta dinámica. El cambio, entonces, ¿está en nosotros?

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